Cómo encontrar, por último, un lenguaje puro y cristalino, musical,  inmarcesible, más elevado que la melodía, más allá de los límites  establecidos por la morfología y la sintaxis, sin distinción entre el  objeto y el sujeto, que trascienda a las personas, se desembarace de la  lógica, en constante desarrollo, que no recurra ni a las imágenes, ni a  las metáforas, ni a las asociaciones de ideas ni a los símbolos? Un  lenguaje que pudiera expresar enteramente los sufrimientos de la vida y  el temor a la muerte, las penas y las alegrías, la soledad y el  consuelo, la perplejidad y la espera, la vacilación y la determinación,  la debilidad y el valor, los celos y el remordimiento, la calma, la  impaciencia y la confianza en uno mismo, la generosidad y el tormento,  la bondad y el odio, la piedad y el desánimo, la indiferencia y la paz,  la villanía y la maldad, la nobleza y la crueldad, la ferocidad y la  bondad, el entusiasmo y la frialdad, la impasibilidad, la sinceridad y  la indecencia, la vanidad y la codicia, el desdén y el respeto, la  jactancia y la duda, la modestia y el orgullo, la obstinación y la  indignación, la aflicción y la vergüenza, la duda y el asombro, y la  lasitud y la decrepitud y el intento perpetuo de comprender y no menos  perpetuo de no comprender y la impotencia de no lograrlo.
domingo, 11 de diciembre de 2011
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