Santiago  de Cali era una fiesta. Llegaba diciembre y las calles se encontraban  adornadas con festones de colores, mientras que las márgenes del río  principal, resaltaban con las enormes figuras alusivas a navidad, con  luces en sus contornos. Decenas de personas iban de un lado a otro,  disfrutando la brisa de la noche. Como cada año, se volcaban al  recorrido de varios kilómetros para disfrutar el alumbrado de la ciudad.
Iba  con Lucero, mi amada esposa. Como siempre, tomados de la mano. Un  principio que ha guiado nuestra vida de pareja: no perder los detalles,  las palabras bonitas ni los gestos que transmitan amor y afecto. Pero  delante nuestro dos personas mayores, asumo que de sesenta años.  Parecían novios. Contribuían a tornar más emotiva la ocasión. Caminaban  despacio, pero con visibles manifestaciones de enamoramiento.
Les  encontramos de nuevo en un negocio de comidas rápidas. ¡Nada que  envidiarle a dos enamorados! Y se dieron las condiciones propicias para  que entabláramos diálogo con ellos. Y, como siempre: pregunto, pregunto,  pregunto. “¿Mucho tiempo de matrimonio?”. Y la respuesta que desconcierta: cuarenta y dos años. “¿Alguna recomendación para lograr que perdure la relación?”.  Y cuatro claves que aún siguen dando vueltas en mi cabeza: actitudes,  comportamiento, tolerancia, y coincidencia en puntos comunes y  conciliación en otros, en lo que respecta a las diferencias de criterio.

Pocos  minutos después se alejaron, arrastrando la tranquilidad de quien no  tiene afán de llegar a casa; viviendo su romance de matrimonio, cuatro  décadas después del día en que dijeron que se aceptaban el uno al otro.
No  cabe duda que uno de los mayores retos es compartir la vida en pareja.  La situación resulta compleja en los primeros tres años por el ajuste y  adaptación con la forma de pensar y actuar del cónyuge, pero con el  correr del tiempo amenaza con caer en el automatismo, es decir, obrar  por inercia, y como consecuencia: el progresivo deterioro de la  relación.
Hoy  compartiré con usted algunos principios que le ayudarán a construir una  relación matrimonial en armonía, orientada al crecimiento mutuo. Son  fundamentos prácticos para una vida plena, que toman fundamento en lo  que enseña la Biblia.
1. El principio de la tolerancia
Si  hay algo que lleva a desencadenar el más alto nivel de conflictos de  pareja, es justamente la tolerancia. Pretender que en la relación sólo  debe primar nuestro criterio, y la forma como vemos la vida, es un  tremendo error.
Tolerancia  es reconocer que hay diferencias, y procurar el arreglo, antes que la  profundización de la brecha. Y se fundamenta en reconocer que fallamos  y, de ser necesario, recibir la ofensa con beneficio de conciliación y  no para agravar el asunto. El apóstol Pablo lo recomendó en los  siguientes términos: “Así  que, por cierto es ya una falta en vosotros que tengáis pleitos entre  vosotros mismos. ¿Por qué no sufrís más bien el agravio? ¿Por qué no  sufrís más bien el ser defraudado?” (1 Corintios 6.7, Reina Valera  1960).
La  tolerancia tiende puentes hacia el diálogo. Por el contrario, quien se  deja arrastrar por el orgullo, mantendrá serios conflictos con su  pareja, y en el colmo, buscará siempre resultar ganador en cualquier  escenario de contienda. No olvide que no es eso lo que espera Dios en  nuestra forma de pensar y de actuar.
2. El principio de la aceptación
Unir  dos mundos diferentes, como son cada uno de los componentes de la  pareja, no resulta en absoluto fácil. Recuerde que usted y yo nos  casamos con todo un bagaje de información, principios y  condicionamientos mentales que aprendió nuestra pareja por años, y que  no se cambian de la noche a la mañana.
Hay  una premisa de la que partimos: nadie es perfecto. Si lo tenemos claro,  entonces entenderemos que debemos comprender que son apenas naturales  las diferencias con la forma de pensar y actuar de nuestro cónyuge.  Antes que centrarnos en los errores que comete y aquellas actitudes que  no compartimos, es esencial que valoremos en su verdadera dimensión las  virtudes que le asisten. 
Sobre  esa base, nuestra actitud hacia la persona con quien compartimos la  vida, debe modificarse. Tratarle como nosotros queremos ser tratados,  aplicando un principio del reino de Dios que enseñó el Señor Jesús: “Así  que en todo traten ustedes a los demás tal y como quieren que ellos los  traten a ustedes. De hecho, esto es la ley y los profetas” (Mateo 7:12,  Nueva Versión Internacional).
Si  usted se esfuerza en pretender cambiar a la persona que ama, y que sea  conforme usted lo tiene concebido en su mente, experimentará la  frustración y le anticipo que se granjeará muchísimas dificultades. No  olvide que las costumbres y actitudes del otro se construyeron desde la  niñez, y la transformación en su forma de ser, es progresiva. Además  algo que debemos tener fijado en nuestra mente: nadie cambia a nadie,  sólo el Señor Jesucristo obra poderosamente en cada vida.
Si nuestro anhelo es edificar una vida armoniosa, es necesario aplicar en pareja el principio de la aceptación.
3. El principio del respeto
Hace  pocos días leía en un diario de la ciudad, sobre el segundo factor  desencadenante de estrés y ansiedad en las personas, después de los  problemas económicos. Lo representaban los conflictos de pareja. Y  ahondando más en la encuesta, un alto índice de quienes respondieron el  cuestionario, señalaban que la falta de respeto en los componentes del  matrimonio, llevaba a generar enfrentamientos.
Si  bien es cierto que haya diferencias de criterio entre los cónyuges, es  necesario que digamos las cosas en un marco de respeto hacia el otro. El  apóstol Pablo lo enseñó de la siguiente manera: “Pagad  a todos lo que debéis: al que tributo, tributo; al que impuesto,  impuesto; al que respeto, respeto; al que honra, honra. No debáis a  nadie nada, sino el amaros unos a otros; porque el que ama al prójimo,  ha cumplido la ley” (Romanos 13: 7, 8, Versión Reina Valera 1960).
Cuando  exprese en qué no está de acuerdo, hágalo en un tono de voz moderado,  procurando no herir con sus palabras ni afincarse solo en los errores en  que incurre su prójimo. Cuando una discusión se orienta a sobrepasar  los límites de respeto mutuo, es recomendable darse un compás de espera.  Ese lapso servirá para que se calmen los ánimos y se pueda pensar  objetivamente sobre cómo resolver la situación.
Otra  recomendación está encaminada a que las quejas se planteen  puntualmente, de manera específica, sin que se llegue a la ofensa. Las  diferencias de criterio—téngalo presente—no deben estimular las  agresiones ni físicas ni verbales.
4. El principio de la creatividad
No  hay otro ingrediente más nefasto para una relación en pareja, que la  rutina. Al comienzo, cuando se vivían el período del noviazgo, siempre  encontrarse y compartir—así fueran unas pocas palabras—resultaba  emocionante. Había creatividad. Una vez se contrae matrimonio, lo más  probable es que se caiga en un ciclo repetitivo. Siempre lo mismo.
Una  cena romántica, caminar juntos de la mano por una avenida, un mensaje  de texto al celular con contenido amoroso, y sacar tiempo para estar  solos—sin la presión de los hijos—ayuda a que haya variedad en el  matrimonio. 
Nuestro  amado Padre celestial es creativo. Lo ha sido desde la eternidad, y lo  seguirá siendo. Por eso, la rutina no debe ocupar el primer lugar en  nuestra relación.
5. El principio de la conciliación
Cuando  prima el orgullo en la relación de pareja, difícilmente se cede, aún  sabiendo que la otra persona tiene la razón. Es una actitud que no  contribuye a la edificación de una relación con armonía en el  matrimonio. Por ese motivo, ceder es la mejor recomendación.
Al respecto, el apóstol Pablo recomendó: “No  paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los  hombres. Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con  todos los hombres. No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino  dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza,  yo pagaré, dice el Señor” (Romanos 12:17-19, Reina Valera 1960).
Llevémoslo  al plano práctico: siempre resultará aconsejable negociar aquellas  actitudes que le disgustan a la pareja. Un segundo elemento, es cambiar  los comportamientos, definiendo cuáles podrían ser los correctivos a  aplicar, con ayuda del Señor Jesucristo. Es posible mejorar y afianzar  la armonía en el matrimonio cuando conciliamos.
6. El principio de la prudencia
Conocí  a una joven pareja que terminó en separación. ¿El problema? Los dos  iban donde sus respectivos padres, apenas tenían una diferencia de  criterio, y les contaban detalles del conflicto. En pocas palabras,  dejaban por el suelo la imagen del otro.
¿Está  bien obrar así? En absoluto. Uno de los principios que debemos tener en  cuenta, es el de la prudencia. Es decir, guardar para la pareja—en  secreto—lo que ocurre al interior de la pareja. Nadie tiene porqué  enterarse de las peleas: ni los hijos, ni los familiares, ni las  amistades.
El rey Salomón, escribió sobre este particular: “No  entres apresuradamente en pleito, no sea que no sepas qué hacer al fin,  después que tu prójimo te haya avergonzado. Trata tu causa con tu  compañero, y no descubras el secreto a otro no sea que te deshonre el  que lo oyere, y tu infamia no pueda repararse” (Proverbios 25:8-10,  Reina Valera 1960).
Recuerde  siempre que resulta más fácil resolver un conflicto cuando es asunto de  dos personas únicamente, que cuando lo conocen muchas personas.  Solamente usted, su cónyuge y Dios—quien nos ayuda a resolver los  problemas—deben saber de lo ocurrido.
Su  matrimonio puede ser diferente. Permítale al Señor Jesucristo que ocupe  el lugar principal. Puedo asegurarle que con Su divina ayuda, las  diferencias de criterio serán más fáciles de resolver.
Tome la decisión más importante hoy
No  podría terminar este Estudio Bíblico sin antes hacerle la mejor  invitación que puede haber recibido jamás: recibir a Jesucristo en su  corazón. Es muy sencillo. Puede hacerlo allí donde se encuentra. Basta  que le diga: “Señor  Jesús, reconozco que he pecado y que gracias a tu muerte en la cruz, no  solo perdonaste mis pecados sino que me abriste las puertas a una nueva  vida. Te recibo en mi corazón como único y suficiente Salvador. Haz de  mi la persona que tú quieres que yo sea. Amén”
Puedo  asegurarle que jamás se arrepentirá de esta decisión. Ahora tengo tres  recomendaciones para usted. La primera, que comience a leer la Biblia,  el libro más maravilloso que contiene principios sencillos y prácticos  que nos ayudan a avanzar hacia el éxito y a afianzar nuestro crecimiento  personal y espiritual; la segunda, que comience a congregarse en una  iglesia cristiana, y la tercera, que a mi criterio es la más importante:  haga de la oración un principio de vida. Orar es hablar con Dios. Él es  nuestro Padre celestial y nos da la mano para crecer en el
     Fernando  Alexis  Jimenes
 
 

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