Una investigación llegó a la conclusión de que la gente más feliz es la de mayor edad y que los adultos de edad más avanzada son socialmente más activos que lo que sugiere el estereotipo del anciano solitario.
“La buena nueva es que la felicidad llega con la edad”, dijo el autor del estudio Yang Yang, sociólogo en la Universidad de Chicago. “A medida que uno envejece siente que su vida mejora”.
Desde ya, la edad conlleva problemas inevitables como dolores corporales y la muerte de seres queridos. Pero la gente de edad ha aprendido a contentarse con lo que tiene más que los adultos más jóvenes, dijo Yang.
Esto se debe parcialmente a que la gente de mayor edad aprendió a rebajar sus expectativas y aceptar sus logros, dijo la gerontóloga Linda George de la Universidad de Duke. Una persona de mayor edad podría conformarse “con haber sido maestro y no ganador del Premio Nobel”.
George, que no estuvo involucrada en el estudio, considera importante la investigación porque el público general sigue pensando que “la vida a edad avanzada está lejos de las mejores etapas de la vida”.
Yang basó sus conclusiones en entrevistas con una muestra representativa de estadounidenses entre 1972 y el 2004. Unas 28.000 personas de 18 a 88 años participaron.
En los niveles de felicidad general hubo altibajos, que por lo general correspondieron a vaivenes económicos. Pero en toda etapa, los de mayor edad fueron los más felices.
Mientras los negros más jóvenes y los pobres tendieron a ser menos felices que los blancos y la gente más pudiente, esas diferencias se fueron acortando a medida que avanzaba la edad.
En general, la probabilidad de ser feliz aumentaba 5% con cada diez años de edad.
Un 33% de los encuestados dijeron sentirse muy felices a los 88 años, en comparación con el 24% de la gente de 18 años hasta poco más de 20.
Otro estudio, de la Universidad de Chicago, halló que el 75% de la gente de 57 a 85 años se involucraba en una o más actividades sociales al menos una vez por semana. Estas incluían la socialización con vecinos, la asistencia a servicios religiosos, tareas voluntarias o reuniones de grupo.
Y los octogenarios tenían el doble de probabilidad que los cincuentones de practicar al menos una de estas actividades.
Ambos estudios aparecen en la edición de abril de American Sociological Review.
“La buena nueva es que la felicidad llega con la edad”, dijo el autor del estudio Yang Yang, sociólogo en la Universidad de Chicago. “A medida que uno envejece siente que su vida mejora”.
Desde ya, la edad conlleva problemas inevitables como dolores corporales y la muerte de seres queridos. Pero la gente de edad ha aprendido a contentarse con lo que tiene más que los adultos más jóvenes, dijo Yang.
Esto se debe parcialmente a que la gente de mayor edad aprendió a rebajar sus expectativas y aceptar sus logros, dijo la gerontóloga Linda George de la Universidad de Duke. Una persona de mayor edad podría conformarse “con haber sido maestro y no ganador del Premio Nobel”.
George, que no estuvo involucrada en el estudio, considera importante la investigación porque el público general sigue pensando que “la vida a edad avanzada está lejos de las mejores etapas de la vida”.
Yang basó sus conclusiones en entrevistas con una muestra representativa de estadounidenses entre 1972 y el 2004. Unas 28.000 personas de 18 a 88 años participaron.
En los niveles de felicidad general hubo altibajos, que por lo general correspondieron a vaivenes económicos. Pero en toda etapa, los de mayor edad fueron los más felices.
Mientras los negros más jóvenes y los pobres tendieron a ser menos felices que los blancos y la gente más pudiente, esas diferencias se fueron acortando a medida que avanzaba la edad.
En general, la probabilidad de ser feliz aumentaba 5% con cada diez años de edad.
Un 33% de los encuestados dijeron sentirse muy felices a los 88 años, en comparación con el 24% de la gente de 18 años hasta poco más de 20.
Otro estudio, de la Universidad de Chicago, halló que el 75% de la gente de 57 a 85 años se involucraba en una o más actividades sociales al menos una vez por semana. Estas incluían la socialización con vecinos, la asistencia a servicios religiosos, tareas voluntarias o reuniones de grupo.
Y los octogenarios tenían el doble de probabilidad que los cincuentones de practicar al menos una de estas actividades.
Ambos estudios aparecen en la edición de abril de American Sociological Review.
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