Así  como todo ser vivo necesita del aire para vivir, el amor necesita del  espacio para hacerlo. La libertad es la primera y única opción de todo  ser humano, incluso más importante que la de buscar la felicidad, porque  de la libertad dependen todas las demás opciones. El hombre nació para  ser libre, y nada, ni siquiera un sentimiento, puede coartar esa  realidad. Aplastar la libertad es privar de aire al amor, a la amistad, a  la relación laboral, a cualquier relación entre humanos.  Es señal de  sabiduría dejar los espacios necesarios para que florezca la flor de la  relación y se enraice en el universo. El amor sin libertad no existe, es  cualquier cosa menos amor.
Si  quieres matar tu relación, ahógala, quítale la libertad; si quieres que  crezca, déjala respirar y que se desarrolle. Verás que en su libertad,  tu otra parte te valorará y ambos crecerán.
Por  otra parte, ¿existe amor en la seguridad? La seguridad no existe, es  una trampa de la mente. La buscamos, creemos tenerla, y se nos escapa  como arena entre los dedos. La seguridad es la que nos mantiene viviendo  en el miedo: miedo a perder al ser amado, miedo a perder el trabajo,  miedo, miedo. Pero no existe. Tratamos de amarrala con convenciones  sociales, con papeles ¡Vano intento! Los papeles se los lleva el viento  del cambio. La seguridad es querer, y querer es poseer mientras que amar  es dar; son antípodas, son antónimos en el concepto. Para relacionarnos  necesitamos amar, no querer. Por lo tanto, debemos acostumbrarnos a  vivir en la inseguridad, convivir con ella, apreciarla como nuestra  mejor amiga y veremos que en conjunción con la libertad crece nuestro  jardín.
Amar  es dar, y para dar debemos vivir en libertad y con inseguridad. El que  no es libre no puede dar, el que está seguro tampoco. Esa es la fórmula  del verdadero amor: libertad e inseguridad.
 
 

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