Diversas
 corrientes espirituales, en diferentes países y épocas, han resaltado 
la utilidad, para el desenvolvimiento espiritual, de la repetición vocal
 o mental de una palabra sagrada, o de alguno de los diversos nombres 
que el ser humano ha utilizado para referirse a lo Divino.
Los hindúes practican los mantras, y el yapam (o japam) es la repetición de un nombre de lo Divino.
En la tradición Budista se 
practica la repetición de fórmulas sagradas como: Om manipadme hum ("Om,
 joya en el loto del corazón");
En el Judaismo también se 
recitan frases como: Barukh Atah Adonai ("Bendito eres Tú, oh Señor"); 
Adonai, Adonai, El Rahum ve Hannun ("Señor, Señor, misericordioso y 
compasivo")
Los sufíes, como una forma de 
recordar a Dios (Allah), practican el Dhikr o Zikr ("invocación"), acto 
caracterizado por la repetición del nombre de Dios. El sufismo hace de 
la invocación del nombre Divino, Dhikr, un instrumento fundamental de su
 método.
“Que el devoto se siente a solas
 … y no cese de repetir continuamente “Alá, Alá”, centrando sus 
pensamientos en ello”. dice Al-Ghazali . 
En el Padre nuestro, oración 
cristiana dada a conocer por Jesús de Nazaret, según relatan los 
Evangelios, la primera petición es “Santificado sea tu Nombre”.
La palabra hesiquia proviene del
 griego y significa paz, tranquilidad. Los hesicastas aspiraban a una 
unión perfecta con Dios mediante la oración, fijando la mirada interior 
en el “lugar del corazón”, dentro de un profundo silencio interior. 
Su forma preferida era la 
oración de Jesús, en donde, con variantes, como por ejemplo: “Jesús, ten
 piedad de mi”, siempre estaba presente el nombre de Jesús, como eje 
central de esa oración continuamente repetida.
Esta tradición espiritual tuvo sus principales focos de actividad en los monasterios del Sinaí, y en el Monte Athos.
Monje del Monte Athos
La repetición continua del nombre de 
Jesús es una forma de oración utilizada desde hace mucho tiempo por los 
griegos cristianos y por ortodoxos rusos, y muchos han hecho de ella su 
oración fundamental y el sostén de su vida espiritual. Un ejemplo de 
esto aparece en el libro “Relatos de un peregrino ruso”.
El peregrino es un hombre afectado por diversas desgracias: tenía el brazo derecho inutilizado y,
habiendo sufrido la muerte de su
 esposa e hijo, decide peregrinar a diversos lugares sagrados. Sus 
únicos bienes son una alforja con pan duro y la Biblia.
Un domingo entró en una Iglesia y
 estaban leyendo una epístola de San Pablo que exhorta a “Orar sin 
cesar”. Estas palabras lo impactaron profundamente y se preguntó ¿cómo 
es posible orar sin cesar ?, siendo que tenemos tantas ocupaciones y 
distracciones.
Buscó a alguien que le enseñara a
 orar continuamente, hasta que finalmente encuentra un monje con 
experiencia (starets), quien le enseña a repetir constantemente la 
oración de Jesús.
Leemos en el Peregrino ruso: “el
 starets me dijo las siguientes palabras: la oración de Jesús, interior y
 constante, es la invocación continua del nombre de Jesús, con los 
labios, el corazón y la inteligencia, en el sentimiento de su presencia,
 en todo lugar y en todo tiempo, aun durante el sueño… se expresa por 
estas palabras: ¡Jesucristo, ten piedad de mí”.
El Peregrino la repite con 
perseverancia, hasta que se encuentra repitiéndola continuamente, en sus
 diversas actividades, y la oración “se introduce en su corazón”.
En el Prologo de la 
edición de “Relatos de um peregrino” (Relatos de un peregrino ruso), 
publicada en Brasil por ECE Editora, leemos unos párrafos iluminadores, 
que transcribimos a continuación (página12):
“… hay una presencia eterna en el hombre, una vocación divina, y eso en sí, es como un estado latente de oración interior”.
“Las tentativas conscientes para
 actualizar en sí esa presencia divina son también oración, constituyen 
ejercicios de oración. Ellas producen un efecto directo en el alma. Son 
impactos sucesivos que la van transformando continuamente, desechando 
las capas de inconsciencia que turban la parte divina que hay en cada 
ser”.
“Mas al mismo tiempo, 
quisiéramos invitar al lector a descubrir, no solo en el peregrino, sino
 también en las almas, un modo particular de ser que puede llamarse 
estado de oración. Es un acto simple, independiente del tiempo y de la 
acción, que fija al ser, estáticamente, en un punto interior, como 
centro fijo de su existencia. Este estado es la ofrenda permanente del 
alma a través de la Renuncia”.
“Por eso la vida interior 
espiritual no se alcanza sólo con la oración como ascética, sino con la 
oración como estado, permanente”.
“Esto es lo que el peregrino 
buscaba: el estado permanente de oración, cuando procuraba 
incansablemente la oración continua. Y así, conseguir vivir en 
permanente ofrenda de sí mismo y penetrar los misterios divinos, para 
entregarlos en forma pura y simple, y siempre actual, a todos los 
hombres”.
En el libro “Invocación del 
nombre de Jesus” leemos: “No pensemos que por haber transcurrido cierto 
tiempo con la invocación del Nombre sin “gustar” nada, se haya utilizado
 mal el tiempo y el esfuerzo haya sido poco fructífero, sino que por el 
contrario, esta oración, en apariencia estéril, puede ser mas agradable a
 Dios que los momentos de rapto, si está libre de cualquier búsqueda 
egoísta de gozo espiritual; esa es la oración pura, la desnuda voluntad…
 la vigilia tranquila en el Nombre no puede dejar de producir bendición y
 fuerza”.
Para el sufismo, el dhikr, la 
repetición del Nombre Divino, como oración continua, es como una 
corriente arrolladora que, además de eliminar los atributos negativos, 
pule e ilumina el corazón del discípulo. Es decir, que purifica su mente
 y su corazón, desligándolo de la actitud egocéntrica, egoísta, y así, 
lo hace apto para percibir y sintonizar con la corriente divina que 
siempre estuvo allí, en su interior.
Para Anthony de Mello, el Nombre
 Divino es un “sacramental”, por el “poder contenido” en dicho Nombre. 
Para él, el Nombre no se limita a referirse a Dios, sino que lleva 
consigo “el poder, la gracia y la presencia de Dios”.
El maestro hindú Ramakrishna 
decía: “Dios y su Nombre son uno” y enseñaba a sus discípulos a 
practicar el yapam, la repetición del Nombre de lo Divino.
El repetía con frecuencia
 el nombre de “Kali”, la Divina Madre del Universo, a quien adoraba 
continuamente, y era para él la manifestación de lo Absoluto, de lo 
Eterno; era lo Divino en su” aspecto de cercanía”, lo Inmanente, “la 
Conciencia que todo lo penetra”.
Para Ramakrishna una firme y 
sincera determinación de repetir el Nombre Divino regularmente es muy 
importante. De esta manera se vuelve un “yoga”, una manera de unirse con
 la Realidad última, en el propio interior del practicante, sin importar
 la actividad que se esté realizando, ni las situaciones externas. La 
mente, cuerpo y habla del practicante se llenan con la idea de la 
práctica de la repetición del Nombre Divino, así entonces, se 
manifestará la espiritualidad latente.
Ramakrishna decía que al ser 
humano actual le es muy difícil tratar de concentrarse directamente en 
lo Divino en su aspecto Trascendente (como buscaban hacerlo los antiguos
 Rishis, maestros que vivían en montañas apartadas, como el Himalaya), y
 por esto, consideraba que la repetición frecuente del Nombre de la 
Divina Madre era una práctica accesible y segura, que podía conducir al 
practicante a desapegarse de lo mundano y fijarlo interiormente en lo 
Divino.
En relación con el poder 
contenido en el Nombre Divino, la corriente del sufismo considera que el
 Nombre Divino implica una Divina Presencia, que se hace operativa en la
 medida en que el Nombre se convierte en un “centro de atención” en la 
mente del que Lo invoca.
De acuerdo a este enfoque, el 
hombre no puede concentrarse directamente en el Infinito, pero 
concentrándose en el símbolo del Infinito, alcanza al Infinito mismo. 
Cuando la mente se identifica con el Nombre, hasta el punto en que cada 
proyección mental es absorbida por la forma del Nombre, la Esencia 
Divina del Nombre se manifiesta espontáneamente, ya que esta forma 
sagrada no conduce a nada fuera de sí misma; no tiene ninguna relación 
positiva, excepto con su Esencia, y finalmente, sus límites son 
disueltos en esa Esencia. Así, la unión con el Nombre Divino se 
convierte en unión con Dios mismo.
Rumi. Místico sufí.
Etapas en la oración continua
Autores de diversas corrientes (cristiana, hindú y sufí) coinciden en señalar 3 etapas en la oración continua, dentro de un proceso de interiorización y creciente fijación interior:
1. Oración de los labios
2. Oración mental (repetición mental automática)
3. Oración del corazón (subconsciente).
Una forma de comenzar puede ser 
dedicando todos los días un tiempo regular y preestablecido a la 
invocación del Nombre Divino elegido, hasta que se vaya haciendo un 
hábito.
Al comienzo la repetición del 
Nombre Divino puede ser una oración vocal (en voz audible o formada 
silenciosamente por los labios y la lengua). Con el tiempo la oración se
 hace mas interior y el intelecto repite el Nombre, sin ningún 
movimiento exterior de los labios.
A medida que aumenta la interiorización, la atención en la oración se hace más continua.
La oración adquiere poco a poco 
su ritmo propio, comienza a repetirse espontáneamente, hasta que 
finalmente, la oración “entra en el corazón”, como si su ritmo se 
identificara con los latidos del corazón. Así, la práctica de la 
oración, en forma continuada, puede conducir al estado de oración.
“Al cabo de cierto tiempo noté que la oración se originaba sola dentro de mi corazón,
es decir que mi corazón, latiendo con toda regularidad, se ponía en cierto modo a recitar
las palabras santas a cada 
latido …. Dejaba de mover los labios y escuchaba con atención lo que 
decía mi corazón”. Peregrino ruso.
Al comentar la práctica del 
dhirk (práctica del recuerdo de Dios) de los sufíes, Al-Ghazali 
recomienda: “Que el devoto se siente a solas … y no cese de repetir 
continuamente “Alá, Alá”, centrando sus pensamientos en ello . Que 
continúe hasta que … descubra que su corazón persevera… Si sigue el 
camino señalado … la luz de lo Real brillará desde su corazón”. (Herbert
 Benson, 1977, p. 110). 
Esta etapa, descubrir el 
“lugar o morada del corazón», constituye el fundamento del hesicasmo, de
 la mística de los sufies y de aquellas corrientes espirituales que se 
orientan hacia una “mística del corazón”.
La fijación interior, en 
esta “morada del corazón”, punto de encuentro entre lo humano y lo 
Divino, corresponde a la práctica de la Presencia Divina. Ya aquí el 
intelecto y el corazón están unidos, y orientados hacia aquello que 
siempre ha sido el anhelo de todos los que recorren el camino místico: 
la unión con lo Divino.



 
 

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