lunes, 23 de abril de 2012

Es mi tercera mañana de trabajo en el albergue. Camino hacia el oscuro gimnasio hecho de concreto y me dirijo hacia la esquina donde se encuentran los niños. Antes de que llegue a la entrada, una niña delgada y sucia se dirige a mi, “Naphtali!” grita Brenda, “¡estuve toda la mañana esperándote…!” Me muestra un pedazo de papel y se me queda viendo mientras toma mi mano, con una sonrisa en su cara. Me entrega un dibujo-el tercero que me entrega en los últimos tres días. ArtCorps Artist Naphtalie FieldsCada uno de estos dibujos es igual al otro: su casa dibujada en el medio de un pasto verde con flores, bajo el brillante sol. Le sonrío y le doy un abrazo. Su dibujo es muy hermoso, pero no se ve de ninguna manera semejante a su hogar en la realidad. Ella se encuentra en este albergue porque su hogar verdadero esta a punto de colapsar debido a las tormentas.
Las lluvias han continuado a lo largo de diez días, y la familia de Brenda tuvo que ser evacuada de su hogar construido de adobe pues corrían peligro. Ellos viven al borde de un precipicio, y a medida la tierra se lavaba por la cantidad de lluvia que caía, su casa se encontraba más y más en peligro de desplomarse. Cuando el sol finalmente salió, la mitad de la pared de la cocina de la casa se había desplomado ya y el resto se encuentra en precarias condiciones-listo para desplomarse con el próximo temblor o inundación que haya. Ella y su familia tuvieron que vivir en el albergue/gimnasio por un total de siete días, junto a un grupo de más o menos 60 personas, todas quienes habían sido albergadas allí debido a la cantidad de agua que les amenazaba en sus hogares.
Trabajé en el albergue en Ahuachapán por una semana; y no vi mucho por lo que Brenda debía andar alegre. Los adultos se sentaban en las bancas con una mirada de rendición en sus rostros y guardaban silencio durante horas, mientras tratábamos de jugar con los niños y mantenerlos ajenos a todo, alegres. Las donaciones recibidas llegaban en forma de alimentos y víveres, sin embargo los grupos de personas de las Iglesias venían, daban sus charlas y se retiraban después de una hora. Algunos empleados de las organizaciones de ayuda tomaban ropa destinada para las familias evacuadas. El conflicto entre las sesenta y algo de personas en ese confinado y sucio albergue incrementó a medida transcurría el tiempo. Y lo peor de todo, cuando las familias debían recoger sus cosas y las guardaban en bolsas de plástico para regresar a su hogar, algunos debían regresar a las mismas condiciones de peligro, las que no pueden arreglar pues no tienen como pagarlo. En su lugar, se unen en oración para humildemente pedir por protección para sus hogares derrumbados, sus tierras inundadas y para lograr vivir lo mejor que puedan.
ArtCorps Artist Naphtalie FieldsPero, ¿quienes sufrieron la peor parte de la tormenta? Como siempre los más pobres. Los hombres y mujeres sin hogar que andan por la calle, tosiendo y con resfriados, las familias pobres que con el poco dinero que pueden construyeron sus casas de lámina a la orilla de ríos y lagos, las casas de adobe apiladas una sobre la otra como filas de dominó y que sucumben ante la más minima provocación. Yo jugué con niños de doce años de edad, quienes pesaban menos que algunos niños de cuatro años, peine el pelo enredado y sucio de algunos de ellos y observe perpleja como Asistencistas del Gobierno entregaban cepillos de dientes a los más de la mitad de niños en el albergue con dientes podridos. El primer día, mientras escuchaba las historias de cada una de las familias, me embargó la pena camino a mi casa, como si fuera una sombra sobre mi. Yo soy una mujer pequeña y hay poco que yo pueda hacer ante tanta necesidad. Fui tentada a quedarme en mi casa y esconderme bajo una colcha, quedarme en casa leyendo novelas hasta que la lluvia y la realidad de El Salvador se esfumaran como neblina en la lejanía. Pero le había prometido a los niños que regresaría, y ellos tenían muy pocas cosas que hacer durante esos días en el albergue. Peleamos contra el aburrimiento con venganza: jugamos futbol, cantamos, hicimos algunos ejercicios de yoga que aun recordaba, hicimos trenzas en el pelo, coloreamos e hicimos cosquillas; llenando así las horas a medida la lluvia no paraba de caer sobre los techos. Y luego, finalmente, paro. Nos apilamos en los camiones para llevar a las familias de regreso a sus comunidades, hicimos el último dibujo, abrazamos al último de los niños pegajosos y barrimos las últimas cantidades de basura que quedaron en el piso del gimnasio.
Fui a la comunidad de Brenda a ver su casa al borde del cañón. Era un complejo de tres casas, una encima de la otra. La primera había colapsado cuando un muro del vecino le cayo encima, la segunda tenia rajaduras en sus paredes debido al peso del agua, y la tercera, era la casa de Brenda la cual estaba a punto de caer al precipicio. Aun así, los niños se reían a medida nos daban el grandioso Tour por el lugar. Luis Miguel estaba tratando de obtener un último juego de cosquillas mientras nos despedíamos. Talvez en cincuenta años, el tenga una hija quien le pida le cuente historias sobre la inundación del año 2011. Talvez este tipo de terribles lluvias no regresen el año que viene o el siguiente y talvez sus hijos solo tengan que felizmente imaginar tragedias que no han tenido que experimentar. Podemos esperar que eso suceda ¿o no? Somos muy pequeños frente a tanta necesidad, pero podemos tener fe y esperar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario