Servir como Jesús nos ha servido
En este
último domingo de la Cuaresma, antes de encarar la Semana Santa, se nos
presenta la Palabra de Dios a modo de síntesis de todo lo que hemos ido
escuchando y reflexionando en estos domingos. La gran alianza, la nueva alianza
que Dios quiere hacer con las personas va a pasar por la muerte de Jesús en una
cruz. Pero no por la cruz como tal, sino por la actitud de Jesús y la manera de
afrontar esa muerte.
Jeremías,
en la primera lectura, insiste una vez más en que, a pesar de las muchas
infidelidades del pueblo a la Alianza, Dios insiste y permanece fiel. No es la
ley la que es mala y por eso no la cumplen las personas. Se trata, más bien, de
cambiar a las personas. Y Dios va a hacer algo grande, algo que cambiará el
corazón de las personas y les infundirá un espíritu nuevo, algo que ayude a las
personas a crecer en confianza en Dios y en seguridad de que Él es fiel y no
nos va a abandonar. Así también nosotros se lo hemos pedido a Dios en el Salmo
respondiendo: “Oh Dios, crea en mí un
corazón puro”.
Ese
“algo” grandioso de Dios a favor de las personas va a ser la entrega de su
propio Hijo en la cruz. Jesús va a ser el que lleve a cumplimiento esa nueva
alianza de Dios con las personas. “Ha
llegado la hora”, dice Jesús, la hora de darle a su vida el verdadero
sentido. La actitud de Jesús al afrontar la cruz es morir para dar fruto: “si el grano de trigo no cae en tierra y
muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto”.
Jesús
va a ser “levantado de la tierra”, es
decir, crucificado. Pero con esa muerte va a dar gloria a Dios. Por eso la voz
del cielo habla de “glorificarle otra
vez”. Jesús es ese grano de trigo que, muriendo, va a dar mucho fruto. Y
los que queremos ser sus seguidores, hemos de vivir con la misma actitud de
servicio, es decir, no pensando tanto en nosotros mismos, sino más en los
demás.
Jesús
siente angustia por lo que va a pasar, pero también mucha esperanza y confianza
en Dios, su Padre. Jesús siente que su muerte no va a ser en balde y quiere
transmitir a sus discípulos que la actitud para vivir la vida a su estilo es el
servicio. El triunfo de Jesús pasa por el silencio y por la muerte, como el
grano de trigo. Aquí vemos el verdadero significado de “perder la vida” por los
demás y por Dios, no mirando tanto el satisfacer nuestros caprichos, cuanto en
servir como Jesús nos ha servido a todos. Este es el gran signo de identidad de
los cristianos. Y cuando uno sirve, sirve a los demás, muere a sí mismo, y
sirve sembrando perdón y amor, que es como Jesús muere, amando y perdonando.
Eso es lo que hizo grande la cruz.
La
cruz, por sí misma, no tiene ningún sentido, pero Jesús le dio un sentido pleno
y total por su forma de entregar la vida, aceptando el plan amoroso de Dios,
esa nueva alianza grabada en los corazones. “Todos
me conocerán – pone Jeremías en boca de Dios – cuando perdone sus crímenes y no recuerde sus pecados”. Y ahí está
Jesús, perdonándonos a todos, crucificando con Él nuestros pecados. Y ahí está
Dios, amándonos y perdonándonos.
Por
eso la cruz y la resurrección es el gran signo de la alianza nueva de Dios con
las personas. El hombre entregado y sacrificado ha sido glorificado por Dios.
Desde ese momento, en cada corazón Dios ha puesto su Espíritu Santo, para que,
a pesar de nuestras fragilidades y de nuestros pecados, podamos contar con Dios
y con su fuerza para superar cualquier adversidad y para vivir esta vida con el
mismo estilo de confianza en Dios y de servicio a las personas que la vivió
Jesús.
Esto
es lo que recordamos cada vez que nos acercamos a la Eucaristía. Esto es lo que
vamos a vivir, de manera especial, en la Semana Santa, que comenzaremos el
próximo domingo con la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén y nuestra procesión
con las palmas y los ramos. Es una semana grande, es una semana de fe, es una
semana para no olvidar que, cada día, Dios está con nosotros, en la Eucaristía,
en los pobres, en cada persona. A nosotros nos queda acogerle con nuestra
actitud de servicio a los demás.
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