Dios  me regala un toque sanador y tranquilizante. Dios disipa mis  conflictos, por simples que parezcan o complejos que sean. Dios  demuestra paciencia frente a mis a veces torpes intentos por ser mejor  persona. Dios perdona y olvida mis secretos y vergüenzas mas escondidas.  Dios sana esa silenciosa desesperación que envejece mis sueños. Dios no  ve mis errores, sino que ve mis posibilidades. Dios comprende mis  pequeñas y grandes privaciones. El logra milagros: mis desastres  absolutamente irreparables, aparentemente irreparables, los torna en  cosas excelentes; los desiertos los vuelve caminos. Dios me levanta  cuando estoy arruinado por la culpa y lastimado por el pasado. El me  abraza con compasión, sin abofetearme y sin reprocharme absolutamente  nada. El me libera cuando soy prisionero del fracaso, del trabajo y del  hogar. Dios no me mira de reojo, ni me escracha o menoscaba en público.  Dios presta atención a mis tristezas, y escucha mis suspiros. El absorbe  mis heridas, disipa mis tinieblas, y extrae las espinas que la vida  clavó en mi alma. Dios levanta mi cabeza y me devuelve a la realidad de  la vida. Me escucha, sin censurarme ni malentenderme. El ve mi grandeza  interior, y se pone a mi lado para soñar mis sueños. Con El, yo puedo  ser genuino, autentico, a El nada puedo esconderle, ni necesito  esconderle nada porque me ama. Con El yo puedo llorar, reír, gritar o  quejarme, soñar o lamentarme. Dios me conoce. Dios no solo lee mis  labios, sino que también lee mi corazón. El lee mis soledades, mis  incertidumbres, mis decepciones. A El sí le importa lo que me pasa. El  sí me entiende. En El encuentro la gracia suficiente para empezar otra  vez. A su lado he descubierto que de las tragedias sin sentido se pueden  obtener bienes mayúsculos. El no me reprocha mi desperdicio de  oportunidades ni mis recurrentes fracasos. El no habla nunca más de mis  pecados. El restaura mi dignidad arruinada. El no me sentencia a una  vida de remordimientos. El nunca se desentiende de mí. El nunca se  desespera de mí. Dios no deja que yo me pierda en la oscuridad de mi  dolor. El me consuela sin recurrir a frases hechas. A su lado, ya no  necesito ocultar mi evidente tristeza detrás de sonrisas huidizas. El me  incluye en sus planes, sin hacerme sentir un extraño. El nunca toma a  la ligera mis soledades. Dios sabe lo peor de mí, y no se escandaliza.  También conoce lo mejor de mí, y sigue esperándolo. El produce una nueva  fuerza, aun en mis silenciosas lágrimas. El está, está a mi lado, aun  cuando siento que ya no se puede hacer nada. Dios reconstruye mi corazón  empolvado por el resentimiento. El enciende la llama de la vida en mi  alma enfriada por la rutina. A su lado he conocido la mejor noticia del  mundo: a pesar de todo, Dios no me abandonó; Dios no renunció a mi, no  me descartó. El todavía cree en mí, y me inspira a que yo también crea  en mí. Me desafía a intentarlo de nuevo, a no darme nunca por vencido. A  su lado, El me regala una canción que nace aun entre lágrimas. Su  mensaje me renueva: “Hijo, no estas solo, yo estoy con vos”. Su aliento  me presenta una nueva esperanza: “¡Pronto veras como brilla el sol otra  vez!”. Dios esta dispuesto a brindarse por completo a mi y, por sobre  todas las cosas, tiene un amor que nunca morirá. Su amor por mi nunca  morirá. Mucho mas que una religion, Dios tiene que ver con la vida  misma.
lunes, 18 de abril de 2011
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)

 
 

No hay comentarios:
Publicar un comentario