* Puedo quejarme de mi salud, o puedo regocijarme de que estoy vivo y puedo escuchar, ver, hablar, llorar, reír o moverme.
* Puedo lamentarme de todo lo que mis padres no me dieron mientras estaba creciendo, o puedo sentirme agradecido de todo lo que yo mismo he logrado con mi esfuerzo.
* Puedo encontrar negativo el que las rosas tengan espinas, o puedo maravillarme de que las espinas tengan rosas.
* Puedo autocompadecerme por no tener muchos amigos, o puedo emocionarme y embarcarme en la aventura de descubrir nuevas relaciones.
* Puedo quejarme porque tengo que ir a trabajar, o puedo dar gracias a Dios porque tengo un trabajo.
* Puedo quejarme porque tengo que ir a la escuela, o puedo abrir mi mente y llenarla con nuevos y ricos conocimientos.
* Puedo murmurar amargamente porque tengo que hacer las labores del hogar, o puedo sentirme honrado porque tengo un techo y compañía, cuando hay tantos que sufren en la soledad.
Evidentemente, como me sienta dependerá de mi actitud. Yo mismo soy libre de escoger qué tipo de sensaciones voy a tener.
«¿Qué tiempo cree usted que vamos a tener hoy?» -le preguntó un individuo a un pastor en el campo. «El tiempo que yo quiero» -respondió el pastor.
«¿Y cómo sabe que el tiempo será cómo usted quiere?» «Verá usted, señor: cuando descubrí que no siempre puedo tener lo que quiero, aprendí a querer lo que tengo. Por eso estoy seguro de que hoy hará el tiempo que yo quiero.»
La felicidad y la desdicha dependen de cómo afrontemos los acontecimientos, y no de la naturaleza de los acontecimientos en sí. Aceptar no significa estar de acuerdo, sino comprender que tal cosa no depende de mí, para así adaptarme entonces a las circunstancias. De mí depende la actitud que asuma ante el hecho.
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