El  tema del perdón es uno de los más difíciles para        nosotros pobres  criaturas pecadoras y egoístas. La etimología de la        palabra  perdonar da la razón de la dificultad. Viene del latín per y donare.  Es decir dar, pero dar en        grado mayor porque es dar algo que es  lo más íntimo que se pueda dar. No        se trata de dar cosas  materiales sino de dar de sí mismo, de lo más        profundo que es la  herida del corazón. Cuando nos hieren nos cerramos en        nosotros  mismos y no solemos querer salir de la ofensa para volver a abrir         el corazón. El corazón está herido y se retrae. Lo ha lastimado una  burla,        un desprecio, una agresión, algún tipo de ofensa. Se puede  ser muy        generoso con las cosas pero no con el perdón. Sin  embargo, el Señor nos        llama a perdonar y tan importante es el  perdón que debemos dar, que lo ha        puesto como condición para  nosotros recibir su perdón por nuestras ofensas        hacia Él. Lo  recitamos en cada Padrenuestro. La necesidad de perdonar y la         condición para reconciliarse con Dios están en repetidos pasajes del  Nuevo        Testamento. En el evangelio según san Mateo, Jesús luego de  enseñar a sus        discípulos a orar, dándoles la fórmula del  Padrenuestro, les dice: “si perdonáis a los hombres sus         ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero  si        no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará  vuestras        ofensas” (Mt 6:14-15)[1]. 
 
No deja el Señor de exhortarnos a tener misericordias        como Él mismo la tiene con nosotros: “sed  misericordiosos como vuestro        Padre es misericordioso. No  juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y        no seréis  condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará; una  medida buena,        apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda  de vuestros vestidos.        Porque seréis medidos con la medida con que  midáis” (Lc 6:36-38). De        diversas maneras no cesa de decirnos: “no pidáis justicia, dad        misericordia”. 
 
En  una palabra, en este mensaje nuestra Madre nos        recuerda lo que  tantas veces nos repite el Señor. Sin embargo, parece        haber algo  más, pues no escapa a nuestra atención que de todas las ofensas         posibles Ella mencione específicamente “las injusticias, persecuciones y         traiciones”. Esto parece no tener que ver con relaciones  interpersonales o        con situaciones familiares sino más bien con  otro tipo de cuestiones de        mayor envergadura. Por el tono de este  mensaje y de otros dados        anteriormente a Mirjana ¿está acaso  indicándonos una gravedad inminente?        ¿Quizás acontecimientos que  puedan manifestarse en persecuciones mayores        que las ahora  conocidas y en profundización de injusticias (baste tomar        como  ejemplo lo que se pretende legislar o se legisla en materia de         eliminación de la patria potestad y en los ataques a la vida)? La  traición        siempre alude a un quebrantamiento de la confianza, de  quien o de quienes        se esperaba lealtad o fidelidad. Ciertamente  que como categorías de        personas quienes sufren injusticias y  persecuciones son fundamentalmente        los verdaderos cristianos que  están dispuestos a vivir su fe. 
 
 
 
En  todos los casos posibles el perdón debe ser total e         incondicional y no hay injurias por graves que sean que no deban ser         perdonadas. Sabemos que existen situaciones en las que se vuelve muy         difícil perdonar cuando, por ejemplo, se trata de un grave daño  infligido        a una persona inocente y muy querida. Supongamos el  caso extremo de una        madre a quien han asesinado salvajemente a un  hijo. A ella también el        Señor le pide que se una a su cruz y  perdone. 
 
¿Es  que Dios nos pide imposibles? Desde luego que no.        Nos pide  fundamentalmente una cosa: nuestra voluntad de perdonar y de         aceptar la gracia del amor. Porque el perdón total, ese que llega hasta a         amar al enemigo es sólo don de Dios, la gracia con que sella  nuestra        voluntad de perdonar. Por eso, la Madre de Dios nos llama  a que oremos por        el don del amor, porque el amor no toma en  cuenta el mal, ya que todo lo        perdona y todo lo soporta. 
 
 
 
Dos  reflexiones adicionales. La primera es que este        mensaje, como  todos, va primero dirigido a la parroquia de Medjugorje,        pero  luego se extiende a ese Medjugorje universal, del cual muchísimos         formamos parte. La segunda a tener en cuenta es que nuestra Santísima         Madre habla siempre para el momento actual, pero no sólo porque  también se        adelanta a los hechos. Ella ve nítidamente lo que  nosotros recién        percibimos cuando lo padecemos. Así fue con sus  pedidos de oración y ayuno        para ahuyentar la guerra. Así puede  ser ahora también. Sabemos que hay        persecuciones, que hay ataques  muy severos y agresivos contra Medjugorje y        que se cometen  injusticias, pero también cabe la advertencia de un tiempo        por  venir. Y no sólo para Medjugorje sino para toda la Iglesia         universal. 
 
 
 
En  el mensaje está el consuelo que la tribulación nos        hace más  cercanos a Dios y a su amor. Podemos, con el Apóstol, también         nosotros decir que ni la tribulación, ni la angustia, ni los peligros,  ni        ninguna criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado  en Cristo        Jesús Señor nuestro (Cf. Rm 8:35 s). 
 
Sólo  el amor cubre una multitud de pecados, sólo el        amor vence al  mal. Ante el mal que desborda, la cruz –verdadero icono del        amor-  es la única respuesta. Desde su Cruz, pero más allá de ella, en la         victoria en la Resurrección, el Señor nos llama a seguirlo. Nos llama  por        medio de su Madre a recorrer el camino del amor, ese que sí  pasa por la        cruz pero no se detiene en ella. 
 
 
 
Nuestra  Santísima Madre y Reina de la Paz con este mensaje        complementa  el del 2 de junio pasado. Lo recordarán, ese en que por cuatro         veces dijo “los necesito”. En una parte del mismo clamaba:        “Necesito        corazones preparados para un amor inmenso. Corazones que no estén        apesadumbrados con lo vano. Corazones  que estén prontos a amar como ha        amado mi Hijo, que estén  dispuestos a sacrificarse como se ha sacrificado        mi Hijo. Los necesito. Para poder venir conmigo perdónense ustedes        mismos, perdonen a los demás y póstrense en adoración ante mi        Hijo”. 
 
Ese  amor inmenso es el del perdón de corazón que no        mide la  profundidad de la herida ni la injusticia cometida ni el dolor         indecible de la traición. Para entablar batalla contra el mal, Ella no         necesita de palabras sino de hechos (Cf. mensaje a Ivan del         28/8/09)[2], es decir de corazones que sean símiles al de         Jesús. Nuestro declarado amor a la Virgen Santísima, nuestras  oraciones        deben volverse hechos concretos para no terminar todo  en mera declamación. 
 
El  mensaje de junio tenía el agregado de perdonarse a sí        mismo. Lo  que no quiere decir autoindulgencia. Ahora se vuelve evidente        que  la Madre de Dios tiene necesidad de hijos con corazones purificados         para la gran batalla que deben emprender bajo su guía. Un camino que  se        hace de rodillas, frente al Santísimo, porque de allí viene  la        purificación y las fuerzas para avanzar siguiendo al         Señor. 
 Queridos  hermanos, hay un camino por delante antes de        llegar al encuentro  definitivo con Dios. Un camino accidentado, de        persecuciones, de  traiciones, de injusticias.  Nuestra Madre del Cielo nos llama        a  prepararnos para ese camino de dolor, de tribulación comenzando ya por         perdonar de corazón porque sólo así podremos ser verdaderos  discípulos de        nuestro Señor y seguirlo en el amor hasta el  encuentro con el Padre, que        tendrá un juicio de misericordia  porque fuimos misericordiosos, mientras        quien no tuvo   misericordia,        como dice el apóstol Santiago el menor, “será  juzgado sin misericordia; la        misericordia está por encima del  juicio”