miércoles, 14 de marzo de 2012

Tras el levantamiento del pueblo francés, en 1789, la Asamblea Nacional Constituyente aprobó la Declaración de Derechos del Hombre y el Ciudadano. Poco después, en 1791, Olympe de Gouges confeccionó la Declaración de Derechos de la Mujer y la Ciudadana, una respuesta con clara alusión al sesgo machista de la bienintencionada carta revolucionaria. Mucho después, en 1948, la Asamblea General de las Naciones Unidas, con Eleanor Roosvelt a la cabeza, aprobó la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1), donde, sin distinción cultural, se recogían los principios básicos para que la vida de cualquiera ser humano fuera digna.  Sin embargo, aún faltaba un paso más para que se contemplara a toda la población mundial entre sus decretos.
Con el paso del tiempo, los organismos internacionales se percataron de que las niñas y los niños requerían unas necesidades especiales. Así, tras un intento durante la Convención de Ginebra de 1924, la Asamblea General de la ONU constituyó y revisó la Declaración de Derechos del Niño y la Niña, en 1959 y 1989 respectivamente, día que hoy, 20 de noviembre, queremos conmemorar con este artículo.
Además del acceso a la educación y a la salud, se contemplaba el derecho a opinar y a jugar. Estos aspectos podrían parecernos elementales, pero son principios que  se enmascaran de privilegios en practicamente la mitad del planeta. A día de hoy, 72 millones de niños no van al colegio, 32 de los cuales viven en África (2), a pesar de que países como Angola están realizando importanes esfuerzos por subsanar estos problemas (3).
foto tomada de www.elpais.com
Sin embargo, los objetivos del Milenio, los propósitos de la ONU, los esfuerzos de UNICEF o de la ONG, Manos Unidas no parecen recoger sus frutos. Todo será en balde si ni siquiera podemos garantizar les a los niños, no ya que sepan leer y escribir, sino que  vivan su infancia a salvo del tráfico sexual, del trabajo infantil, del alistamiento en las guerrillas o del alcance de las minas antipersona, aberraciones denunciadas en la Declaración de Derechos del Niño y de la Niña.
Por otro lado, también debemos mirar dentro de nuestras fronteras. Según Unicef (4), 2 millones de niños españoles viven en familias con un ingreso que es un 60% inferior al de la media nacional, y 800.000 padecen directa o indirectamente la violenica de género. Estas cifras sitúan a España, junto a Letonia, Rumanía e Italia, como el país con peores índices de pobreza infantil.
Para terminar, recuerdo aquella frase del filósofo griego “educa a los niños y no castigarás a los hombres”, pero si lo primero no es posible ¿cómo conseguir lo segundo?.

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