lunes, 10 de octubre de 2011

SI ES POR AMOR



Advierto que hoy traigo un texto un poco más difícil que de costumbre. De vez en cuando me gusta compartir este tipo de reflexiones, a fin de enlazar con otras personas que puedan compartir este tipo de inquietudes místicas. A lo mejor se sorprenden de la existencia de una mística científica, ya que tras el renacimiento ha sido casi totalmente olvidada. La irrupción del nominalismo hizo que la vía mística de la ciencia quedara detenida. 

Su autor, Nicolás de Cusa, fue cardenal y obispo de Bresanona, ciudad del norte de Italia. Nació en Cusa en el año 1401 y muere en Todi en año 1464. Fue uno de los teólogos que iniciaron la transición del medievo al renacimiento por medio de un entendimiento unitario de todo lo que existe. Este fragmento de su obra “La Docta Ignorancia” nos da una clave para entender el misterio de los paradigmas que nos hablan de Dios en todo lo que existe.

Todos nuestros más sabios, más divinos y más santos docto­res están de acuerdo en que realmente las cosas visibles son imágenes de las invisibles, y que nuestro creador puede verse de modo cognoscible a través de las criaturas, casi como en un espejo o en un enigma. Y el que las cosas espirituales, que para nosotros son por sí mismas intan­gibles, puedan ser investigadas simbólicamente, tiene su raíz en las cosas que antes se han dicho. Puesto que todas las cosas guardan entre sí cierta proporción (que para nos­otros, sin embargo, es oculta e incomprensible), de tal manera que el universo surge uno de todas las cosas y todas las cosas en el máximo uno son el mismo uno. Y aunque toda la imagen parezca acercarse a la semejanza del ejem­plar, sin embargo, excepto la imagen máxima, que es lo mismo que el ejemplar en la unidad de la naturaleza, no hay una imagen de tal modo similar, o igual, al ejemplar que no pueda hacerse más semejante y más igual infinita­mente, como ya hemos visto antes que es evidente.

Cuando se haga una investigación a partir de una imagen, es necesario que no haya nada dudoso sobre la imagen en cuya trascendente proporción se investiga lo desconocido, no pudiendo dirigirse el camino hacia lo in­cierto, sino a través de lo presupuesto y cierto. Todas las cosas sensibles están en cierta continua inestabilidad a causa de su potencialidad material, abundante en ellas. Lo que es más abstracto que esto, cuando se reflexiona sobre las co­sas (no en cuanto que carecen de raíz de elementos natu­rales, sin los cuales no pueden ser imaginadas, ni en cuanto yacen bajo la fluctuante potencialidad) vemos que es muy firme y muy cierto para nosotros, como ocurre con los ob­jetos matemáticos; por lo cual los sabios buscaron hábil­mente en ellos, por medio del entendimiento, ejemplos para la indagación de las cosas. Y ninguno de los antiguos, a quien se considere importante, buscó otra semejanza que la matemática para las cosas difíciles.

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 En una conversación en Facebook apareció la palabra “proporción”. Mi interlocutor me pregunto qué tenía que ver esa palabra en lo que estábamos dialogando. ¿Tienen que ver el cristianismo con la proporción? Es complicado encontrar mejor referencia de este concepto que la frase bíblica que se refiere a Cristo: “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente.”  Salmo 117,22, 23

La piedra angular o clave de bóveda es aquella que se coloca en la parte superior de los arcos y que reparte proporcionalmente los empujes para dar estabilidad a la construcción. Entender qué es esta piedra angular nos permite entender qué función tiene Cristo en nosotros y la Iglesia.

Hay otros muchos aspectos de nuestra Fe que se iluminan cuando los abordamos por medio de la semejanza. Las proporciones trascendentes se hacen evidentes ante nuestros ojos si sabemos mirar con limpieza de corazón. Ya nos lo Cristo: “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”  Mateo 5, 8(

Pero estas proporciones no solo nos hablan de Dios desde fuera y hacia fuera de nosotros. También nos hablan desde y hacia dentro de nosotros. En el Tratado sobre el Orden, San Agustín nos dice: “Luego yo soy superior (a los animales), no por fabricar cosas bien proporcionadas, sino por conocer las proporciones

Estimado lector, seguramente se esté preguntando si es necesario entrar en el laberinto que intento dibujar. Ciertamente no es necesario. La Fe es un don de Dios que sólo necesita de nuestra aceptación para que la Gracia de Dios la haga crecer en nosotros. Ahora, también es cierto que la Fe se robustece por medio de los dones de entendimiento, ciencia y sabiduría. Roguemos a Dios para que recibamos estos dones y que la Fe se vaya afianzando en nosotros, día a día, por medio de la Gracia de Dios.

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