Formentor     
La  semana no es nada de fácil. Hace pocos días se hablaba de la crisis en  Grecia: ahora ya se comenta la probable caída de Italia. En Grecia  existe un gobierno permisivo, que anuncia las más diversas medidas de  austeridad, pero que no las cumple ni pretende cumplirlas. En Italia, el  gobierno de Silvio Berlusconi se encuentra en una crisis vertiginosa,  en una situación de desprestigio creciente. ¿Qué efectos de dominó de  Italia pueden producirse en Europa? Me parece que hay un hecho real,  indiscutible: nadie sabe nada. Todos cruzan los dedos y cierran los  ojos. Yo despido a los últimos invitados de la fiesta nacional chilena,  que hemos celebrado el día viernes 16, hago mi maleta y parto a unas  conversaciones literarias en Formentor. El cabo y la caleta de Formentor  (cala, dicen los mallorquines), son lugares idílicos, alejados del  mundanal ruido, de la costa norte de Mallorca, en las islas Baleares.  Salir del asfalto del barrio de la Motte-Picquet y encontrarse en un  balcón frente a una cala estrecha, casi deshabitada, flanqueada por  montes, peñones, islas, veleros anclados a pocos metros de la playa,  tiene algo de magia, de sueño. En este lugar y en el Hotel Barceló, en  los años sesenta, tenían lugar reuniones de editores europeos y  escritores de todas partes que pronto se volvieron legendarias. Ahí  salieron a relucir nombres que eran apenas conocidos, como los de Jorge  Luis Borges, Alexander Soljenitsin, Nathalie Sarraute, o totalmente  desconocidos hasta ese momento, como los de Jorge Semprún, Carlos  Fuentes o Mario Vargas Llosa. En otras palabras, el boom latinoamericano  comenzó en Barcelona y en París, pero también en los jardines y  boscajes, en las escalinatas de piedra, en las salas de reuniones a  donde he llegado a parar hace tres o cuatro días. Cuentan que las  intromisiones de la Guardia Civil, de los grises, como se los llamaba,  de los últimos años del franquismo, obligaron a emplazar las  conversaciones en otras ciudades de Europa. Ahora ha surgido la idea de  renovarlas en una España libre de grises, de guardias que se instalaban  en la puerta del bar y exclamaban en voz alta: ¡Mira qué bien viven  estos escritorzuelos comunistas!
Se  analizarán los temas de la memoria, la historia y la ficción literaria.  Concurren novelistas de diferentes generaciones, críticos,  historiadores. Los vacíos de la historia, inevitables, a veces  abrumadores, dan mayor facilidad para escribir novelas. Un joven francés  que reside en España, Mathias Enard, acaba de publicar un texto de  alrededor de ciento ochenta páginas sobre un viaje que hizo Miguel Angel  Buonaruotti, en el siglo XVI, a Constantinopla. Se sabe que el sultán  quería encargarle un puente sobre el Cuerno de Oro, para completar un  proyecto que había sido abandonado por Leonardo da Vinci, y no se sabe  mucho más. El joven Mathias Enard examinó todos los documentos que pudo  en Roma, estudió a fondo el Renacimiento italiano, y después partió a  instalarse un par de años en Estambul, la Constantinopla del viaje de  Miguel Angel. Inventó lo que no sabía sobre aquella experiencia, y  conoció el ambiente de ahora, donde sobreviven restos, indicios, ruinas,  mosaicos escondidos. Había estudiado ese comienzo del siglo XVI —Miguel  Angel desembarcó un 13 de mayo de 1503—, y lo demás fue un aporte de su  propia imaginación. Nadie podría discutir que el resultado literario es  novela, ficción de la mejor clase. No recuerdo ahora el título de su  libro, pero sé que es bastante largo y que en alguna parte figura la  palabra elefante. Los narradores de la nueva generación, en buenas  cuentas —Mathias tiene 31 años—, usan la historia con libertad, con  soltura de cuerpo, con sentido del humor, para elaborar sus fantasías.  La realidad incompleta es un buen alimento de la imaginación, y mejor  mientras menos completa. Yo cuento que me encontré con la situación  siguiente: Miguel de Montaigne, personaje tan real como Miguel Angel  Buonaruotti, había viajado a París en 1588 y recibió una carta  apasionada de una joven lectora. Fue a visitarla a la casa de campo de  su familia, en el pueblo de Gournay sur Aronde, por un período anunciado  de tres días, y se quedó seis meses. Se conoce algo de lo que ocurrió  en los tres primeros días, en un fin de semana normal, pero no conocemos  absolutamente nada acerca de lo que sucedió en esos seis meses. Las  posibilidades de hacer una elaboración novelesca, ficticia, saltan a la  vista. A condición de tener ideas claras sobre los personajes, la época,  las guerras de religión, la crisis en los campos, las costumbres y  prejuicios que regían la conducta de las mujeres, las vestimentas, las  comidas. No es poco, y tuve que entrar en una explicación acerca de lo  que entiendo por «estilo conjetural».
 En las converses de  Formentor, si el auditorio escucha con atención, si se ríe de buena  gana de cuando en cuando, si hace preguntas interesantes, se puede  estimar que la apuesta está ganada. Mucha gente ha viajado desde la  ciudad de Palma y ha pernoctado en el hotel para seguir las discusiones.  Si la lectura está en decadencia entre nosotros, no ocurre lo mismo en  España y, en general, en el Viejo Mundo. Kenizé Mourad, autora del  famoso De parte de la princesa muerta,  cuenta su relación de familia con el último sultán de Turquía, la  historia íntima que conoció a través de los papeles que le dejó su madre  en herencia y que le fueron entregados en París por un guardia turco de  palacio, y la sencillez del relato, su solidez, su notoria verdad,  impresionan a todos. Había conocido el libro en forma indirecta, a  través de los comentarios frecuentes de su traductor al español, el  escritor chileno Mauricio Wacquez, y ahora me propongo leerlo desde la  primera frase hasta la última. ¡Mauricio Wacquez!, exclama Kenizé  Mourad, encantada, y me toma de las manos, como si fuera un emisario de  ultratumba. Para eso, entre otras cosas, sirven las reanudadas converses de Formentor, y si sólo sirvieran para eso, estarían plenamente justificadas
 
 

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