jueves, 13 de octubre de 2011

RECONCILIACIÓNES

Reconciliaciones
Me encuentro de nuevo, después de largos años, en la sala II de la Unesco, en el edificio central de la Plaza de Fontenoy de París. Aquí se respira el ambiente, la expectativa, de los grandes homenajes unesquianos. Uno puede sospechar que el recinto está lleno de diplomáticos multilaterales, de profesores eruditos, de gente curiosa: residentes del barrio junto a tribunos exaltados, a oradores improvisados, quienes, con el pretexto de hacer una pregunta, nos lanzarán discursos encendidos, impresionantes arengas. Se trata, esta vez, de conmemorar la voz de tres grandes del siglo XX, tres autores que no se limitaron a ser poetas puros, que se comprometieron en las luchas decisivas de su tiempo: el bengalí Rabindranath Tagore, nuestro Pablo Neruda, y el gran poeta de las Antillas francesas, cuyos libros fueron ilustrados por Pablo Picasso y por Wilfredo Lam, Aimé Cesaire. El evento lleva un subtítulo sugerente: Por lo universal reconciliado. Estos rapsodas del Tercer Mundo, de la periferia de Occidente, presentaron visiones convergentes, cercanas a la naturaleza del Oriente, de las Antillas, de los bosques y mares del sur de Chile, y tocaron temas comunes, que se podrían resumir en los de la emancipación y la solidaridad humanas: Tagore en los primeros pasos de la descolonización de su región, cerca de la lucha pacífica de Mahatma Gandhi; Neruda en Alturas de Machu Picchu, en su invención de un nuevo indigenismo latinoamericano; Cesaire en su defensa exaltada de la particularidad, de la diferencia, del derecho a la cultura y a la dignidad de los antiguos marginados.
Se escuchan a lo largo de la mañana reflexiones de notable calidad, aportes originales, aparte de algunas peroratas más bien trilladas. Pero uno piensa para sus adentros lo que ya pensaba hace años: estos organismos mundiales tienen su retórica y su majadería, pero si no existieran, habría que inventarlos. Son necesarios, a pesar de todo. Son lugares en los que se puede hablar desde el punto de vista de la universalidad, tan poco frecuente y tan urgente. Neruda, entonces, y Aimé Cesaire, y Tagore, y sus vastas constelaciones de poesía y de sentido.
El último de los conferenciantes, el encargado de trazar el resumen y las conclusiones de la mañana, es Edgar Morin, uno de los pensadores de la Francia de hoy más vigentes y provocativos, uno de los pocos que siempre escuchamos con verdadera curiosidad. Morin nos habla de lo universal y de lo particular, de lo abstracto y lo concreto, con el brillo, con la riqueza de referencias a la que nos tiene acostumbrados. Y menciona, de pronto, para sorpresa de algunos, a Octavio Paz. Podrían añadirse muchos nombres a esta reflexión sobre lo universal reconciliado, y entre ellos, dice Morin, el del mexicano que analizó los laberintos mentales en la relación de México con los Estados Unidos, en esa frontera entre el Tercer Mundo y el Primero, y que después extendió su examen a los grandes desafíos que plantea el pensamiento de la India para el hombre de occidente.
Como se sabe, la relación personal entre Pablo Neruda y Octavio Paz fue difícil, de abierto conflicto. El chileno y el mexicano se conocieron a fines de la década de los treinta, en un acto de solidaridad con los republicanos españoles, y se distanciaron en forma que parecía definitiva, por razones derivadas de la política soviética de entonces, en los años cuarenta en México. Era una ruptura en apariencia insalvable y, sin embargo, yo acababa de escuchar en París, de fuente inobjetable, una historia simple y conmovedora de reconciliación en los años finales. Se me ocurrió que era interesante comunicarla a la sala, y que la audiencia heterogénea y los oradores oficiales sacaran sus propias conclusiones. Lo que me contaron, lo que me contó una testigo cercana, era que Neruda se encontraba en Londres con Matilde en un octavo piso de hotel, y que Octavio Paz, asistente a un mismo congreso literario, alojaba con su mujer en el quinto. Los dos poetas no se habían dirigido la palabra desde la década de los cuarenta. Pues bien, la mujer de Octavio Paz, Marie-Jo, subía por la escalera del hotel y se encontró con Matilde Urrutia, que bajaba. ¡Qué cosa más tonta, le dijo Marie-Jo a Matilde, que dos poetas como Octavio y Pablo, hospedados en el mismo lugar, no puedan encontrarse y conversar como personas normales! Las dos mujeres se pusieron de acuerdo y los poetas se reunieron con la mayor serenidad esa misma noche. Fue un ejemplo de reconciliación por mano y hasta por sensibilidad femenina. Hasta hace poco tenía noticias más bien vagas de este asunto, pero todo se confirmó, también por voz femenina, y pude tener una visión diferente, más moderna, no sólo de uno, de los dos escritores implicados. En la sala nadie dijo nada, pero después se me han acercado muchas personas y me han comentado el episodio. Eso de que yo mencionara la mano femenina, conciliadora, componedora, les ha gustado a muchas mujeres. Por su lado, Edgar Morin, que hasta ahí mantenía una seriedad hierática, me dijo las siguientes palabras textuales, acompañadas de una amplia sonrisa: Neruda había visto en España que los mejores organizadores de la defensa de la República eran los comunistas. Octavio Paz, en cambio, a través de sus viajes, conocía de cerca los abusos del socialismo real, los del Estado comunista todopoderoso. Los del Ogro Filantrópico, acoté, título de uno de los grandes ensayos del mexicano. Una escritora y crítica literaria francesa pidió la palabra y celebró con entusiasmo la reconciliación de Pablo Neruda con Octavio Paz. Otros, de acentos chilenos, que en lugar de preguntas habían formulado declaraciones de guerrilla política, recogieron sus bártulos y se retiraron en silencio. Habían descubierto que el horno no estaba para bollos. Ni para bodrios.

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