sábado, 26 de junio de 2010

HISTORIAS DE AMOR

Una mamá para todos:
Gracias a Christy Obie-Barrett, muchos chicos ahora tienen una familia y un hogar definitivos. Hace cinco años, el más chico de los 12 hijos de Christy Obie-Barrett llegó a la edad de entrar al jardín de infantes. Esta ama de casa de 42 años, de Eugene, Oregon, Estados Unidos, estaba acostumbrada a un hogar bullicioso y lleno de risas. “Empecé a evaluar mi vida —cuenta—, y a preguntarme qué rumbo iba a tomar en adelante”.

Como no encontró una respuesta, se trazó un objetivo: escribir sobre su matrimonio con Bill —un locutor de radio— y de la vida con sus tres hijos biológicos y nueve adoptivos: Jason (hoy de 33 años), Mike (33), Maleah (25), Casey (22), Molly (20), Mason (18), Karson (16), Bailey (15), Brayden (13), Cooper (12), Lilly (10) y Delaney (10). Menos de seis meses después, había escrito 200 páginas, en las que hablaba principalmente sobre la adopción de niños mayores, de orígenes étnicos diversos o con necesidades especiales.

Mientras escribía, Christy se hizo una pregunta: si hay tantos chicos en hogares de crianza que necesitan ser adoptados y hay adultos dispuestos a adoptarlos, ¿por qué el sistema de adopciones funciona tan mal? (Ella adoptó a sus hijos por medio de sus familiares y de un programa privado).

“Más del 75 por ciento de las familias no adopta porque se sienten muy frustradas con el sistema”, dice. “Es como un mal servicio a clientes”.

Ante esto, Christy se trazó otro objetivo: ofrecer una alternativa. Compró un libro sobre cómo crear

y administrar una organización sin fines de lucro, y siguió las indicaciones capítulo por capítulo.
En cuestión de meses, fundó la organización Una Familia para Cada Niño (AFFEC, por sus siglas en inglés), cuya misión es encontrar una familia para cada niño adoptable en los estados de Oregon y Washington (afamilyforeverychild.org). Se trata de chicos que han vivido muchos años en hogares de crianza, algunos de ellos hasta en 20 distintos.

“Nos propusimos sacar a los niños de esos hogares lo más pronto posible”, señala Christy.

Se asoció con Heart Gallery of America, una agrupación que realiza exposiciones fotográficas de niños en espera de ser adoptados, y presidió un evento en un shopping local para ayudar a encontrarles una familia a esos chicos. Los 44 chicos de la primera exposición ya fueron adoptados (y 200 más lo han sido desde entonces), y el número de familias que desea adoptar se ha cuadruplicado.


Los 14 voluntarios de AFFEC trabajan en un conjunto de oficinas donado, donde Christy suele estar descalza y en jeans, atendiendo los teléfonos. (En los meses de invierno prescinden de la calefacción, ya que Christy prefiere invertir el dinero en ayudar a más niños).

Para muchos, el éxito de Christy radica en que está convencida de la importancia de que el niño y la familia que lo va a adoptar congenien y sean compatibles. “Ningún niño es inadoptable —asegura—. Es verdad que estos chicos tienen problemas. Han vivido separados de sus padres biológicos, de sus hermanos, de sus amigos y de sus pertenencias. Pero los adultos que desean adoptar pueden tener también dificultades y carencias, así que la clave es encontrar a la familia más adecuada”.

Un pequeño comité de trabajadores sociales experimentados se encarga de asegurar la compatibilidad.

Las familias pagan unos 1.800 dólares por adoptar a un niño (cantidad que se destina a cubrir gastos, ya que una adopción a través de una agencia privada puede costar entre 4.000 y 30.000 dólares).


Luego de varios años de intentar adoptar a un niño, Frank y Tracey Komisar acudieron a AFFEC. Christy les habló de Kyara, una niña de ocho años que había vivido en hogares de crianza desde que tenía 11 meses. La trabajadora social del Departamento de Servicios Humanos que atendía a los Komisar consideró que Kyara no era adecuada para ellos. “Pero Christy nos alentó a seguir adelante”, cuenta Tracey. Al poco tiempo se llevaron a la niña a casa. Kyara dice que algún día recompensará a Christy por haberla ayudado “a encontrar a mi familia”.

“Los niños no tienen la culpa de estar en hogares de crianza”, señala Christy. “Necesitamos darles más oportunidades a los niños y quizá algunas menos a los padres biológicos. Yo no soy universitaria titulada. Sólo sé lo que es bueno para los niños. Soy la prueba de que la gente común puede cambiar las cosas

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