sábado, 16 de febrero de 2013

AMOR AL PROJIMO

El amor a Dios y al prójimo. ¿Qué significan realmente, más allá de la propuesta teológica o la respuesta especulativa? Es decir, ¿cómo debo demostrar, prácticamente, el amor a Dios y al prójimo?
Es mucho más fácil discutir acerca del amor que practicarlo, pues la práctica del amor nos envuelve en algo que debemos hacer y que tiene un precio por pagar. Practicar el amor nunca es gratis, siempre implica que demos algo en forma práctica. No puede amarse en el vacío, siempre debe haber un objeto de nuestro amor que se beneficie con el mismo.
Jesús ya estaba transitando los últimos tramos de su tiempo sobre la Tierra. La cruz se acercaba y sus encuentros con los expertos de la Ley judía se incrementaban. El pasaje mencionado presenta uno de ellos. Un intérprete de la Ley se encuentra con Jesús y quiere «probarlo». Hace dos preguntas y obtiene dos respuestas de parte de Jesús.
La primera pregunta y respuesta
Pregunta: ¿Haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?
En otras ocasiones le habían hecho la misma pregunta a Jesús pero dentro de una discusión teológica. Aquí la pregunta es práctica.
El énfasis en la frase está en la palabra «haciendo», es decir, ¿qué tengo que hacer para ser salvo? Según Lucas la pregunta no era sincera, sino para probar a Jesús.
Pareciera ser que la verdadera intención del intérprete era tratar de justificar sus faltas más que conocer el camino de salvación.
Respuesta: ¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo lees?, le pregunta Jesús.
La primera ley estaba escrita en las filacterias y los judíos la recitaban a la mañana y a la tarde, por lo tanto, el intérprete de la Ley responde correctamente: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.»
Jesús le responde: Muy bien, hazlo y vivirás. Jesús utiliza una forma de verbo que significa: «Hazlo continuamente, y vivirás».
Segunda pregunta y respuesta
Pregunta: ¿Quién es mi prójimo? El intérprete estaba atrapado por Jesús pues él mismo había respondido la primera pregunta, demostrando que ya sabía la respuesta a su pregunta, y hace otra para justificarse.
Como él buscaba su justificación, otra manera de presentar la pregunta del intérprete hubiera sido: «Maestro, ¿a quién no debo amar? ¿Qué grupos en nuestra comunidad están excluidos del mandamiento de amar a mi prójimo? Seguramente, los romanos, los opresores del pueblo de Dios y sus despreciables lacayos, los recaudadores de impuestos, y los Samaritanos —con seguridad estos grupos no están incluidos en el término prójimo. Dime, ¿quién es mi prójimo, Maestro, a fin de elegir, mientras examino los varios candidatos de mi amor, a fin de elegir a él solo?»
Respuesta: Aquí Jesús no responde directamente sino que le cuenta una historia, la que hoy conocemos como la del buen samaritano (leer la historia).
Jerusalén se encontraba a 27 Kmts. de Jericó y el terreno baja 900 metros en un ámbito desértico, rocoso y salvaje. Ideal para los ladrones.
Jesús utiliza tres personajes como ejemplo de su historia. El sacerdote era el representante de Dios y el levita era un religioso de profesión. Ambos se desentienden del hombre en necesidad.
Luego presenta al samaritano, un supuesto enemigo del judío que se acerca al necesitado y lo ayuda.
No es la religión lo que ayuda al hombre, sino un corazón dispuesto ante Dios.
El intérprete de la Ley quería una regla o un conjunto de ellas que le permitieran ganar la vida eterna. Jesús le enseña que la vida eterna no es guardar leyes sino vivir de acuerdo al Reino de Dios y su justicia.
Realmente nuestra actitud hacia Dios determinará la manera en que nos relacionaremos con él y con nuestro prójimo.
La Ley decía: «Haz esto y aquello y vivirás», pero Jesús dice: «Te he dado vida eterna por gracia, y esta nueva vida en ti te capacitará para tener amor verdadero hacia Dios y otros hombres, y para llevarlo a la práctica. Por lo tanto, ve y vive una vida de verdadero amor por Dios y tu prójimo a través del poder que te doy.»
El Señor aquí presenta la diferencia entre la salvación por obras y la disposición interna para amar (en Juan 6.28 y ss vemos el contraste con la fe).
Pero volvamos un poco atrás. La segunda pregunta del intérprete de la Ley revela una incomprensión de los judíos de aquella época sobre a quién considerar como prójimo. O dicho de otra manera, ¿a quién debo considerar mi prójimo y a quién no? Jesús aclara la duda con la historia del buen samaritano.
En nuestros días existe otra duda acerca de este mismo mandamiento. No ya sobre quién es mi prójimo, sino sobre ¿Qué significa amarme a mí mismo?
«Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo
(Lucas 10.27)
¿Significa esto que debo primero amarme a mí mismo para luego amar a mi prójimo? O, dicho de otra manera, ¿Debo aprender a amarme a mí mismo para saber cómo amar a mi prójimo? Por supuesto que la enseñanza bíblica está muy lejos de eso. Analicemos la frase de Jesús:
Gramaticalmente hablando no podríamos justificar ese razonamiento pues el mandamiento enseña que debemos amar a nuestro prójimo de la misma manera en la que ya nos amamos a nosotros mismos. En la oración «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» se está usando una figura literaria llamada «elipsis» que es la «omisión en la frase de una o más palabras sin alterar el sentido de la frase». Se utiliza permanentemente es frases como la siguiente: «Juan tiene que rendir el examen de geografía y yo de historia». La omisión en la oración precedente es «tengo que rendir un examen». ¿Por qué se omite? Porque no es necesaria para la comprensión de la frase. Lo mismo sucede en la oración utilizada por Jesús. Incluiremos la frase omitida para que el ejemplo sea más claro. «Amarás a tu prójimo como –te amas– a ti mismo». Es evidente que la oración utilizada por Jesús no permite otro tiempo de verbo (por ejemplo, «como te amarás a ti mismo).
Por lo explicado más arriba, Jesús no estaba dando un mandamiento de amarnos a nosotros mismos sino que estaba estableciendo un hecho: nos amamos a nosotros mismos, por lo tanto, amemos así a nuestro prójimo.
Lingüísticamente hablando, el verbo utilizado en griego por Jesús es ágape. El amor ágape siempre incluye los ingredientes de sacrificio y servicio. Regularmente, ágape es el sacrificio del ego al servicio del otro. Esto es extremadamente significativo cuando buscamos amar a Dios y a nuestro prójimo. Pero, ¿cómo podríamos sacrificarnos a nosotros mismos para amarnos a nosotros mismos? El concepto no tiene sentido; el amor ágape no puede ser auto-dirigido pues, de ser así, se anula a sí mismo. Deja de ser auto-sacrificio para convertirse en auto-servicio.
A esto debemos sumarle el hecho de que el mandamiento de Jesús no es que amemos únicamente a nuestro prójimo tanto como nos amamos a nosotros mismos, sino que también amemos a nuestros enemigos.
Teológicamente hablando, el auto-amor, esto es, dirigir el propio interés y servicio hacia uno mismo, es un concepto bíblico pero no de virtud sino de pecado. Ciertamente, una señal de los últimos tiempos, antes de la venida de Jesús, es que «habrá hombres amadores de sí mismos…..amadores de los deleites más que de Dios…» (2 Timoteo 3.2, 4 – RVR95). Es remarcable que, según las Escrituras, los males de los últimos tiempos serán atribuidos a una dirección equivocada de nuestro amor, en lugar de dirigirlo hacia Dios y al prójimo, será dirigido hacia nosotros mismos y, también, hacia el dinero y los placeres.
Si bien es claro que algunos tienen problemas con su auto-imagen, debemos recordar que eso no es otra cosa que un resultado de la caída. Pero también debemos considerar que fuimos creados por Dios y recreados por Cristo. Este marco teológico es indispensable para el desarrollo de una auto-imagen y auto-actitud equilibrada, lo que nos lleva a algo más importante que la auto-aceptación: la auto-confirmación. Debemos aprender a afirmar todo lo bueno en nosotros y, al mismo tiempo, rechazar todo lo malo dentro de nosotros a causa de nuestra condición de caídos.
Entonces, cuando negamos nuestro falso ego en Adán y afirmamos nuestro verdadero ego en Cristo, encontramos que somos libres no para amarnos a nosotros mismos, sino a Dios que nos redimió y a nuestro prójimo, en el nombre de Dios. En este punto alcanzamos la gran paradoja del vivir cristiano: «Cuando practicamos el amor no egoísta a Dios y al prójimo, nos encontramos a nosotros mismos» (Marcos 8.35). La auto-negación nos lleva al verdadero auto-conocimiento.
Søren Kierkegaard dijo: El que se ama a sí mismo está ocupado, chilla, grita y defiende sus derechos a fin de asegurar el no ser olvidado —y sin embargo, es olvidado. Pero el amante que se olvida de sí mismo es recordado con amor. Hay Uno que piensa en él y por ese motivo, finalmente, el amante recibe lo que da.
Volvamos al relato bíblico. Cuando Jesús terminó de relatar la historia del buen samaritano, le preguntó al intérprete de la Ley: «¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones?»
Si la duda del intérprete de la Ley era saber quién era su prójimo, la pregunta de Jesús da vuelta la situación. Le dice: «Realmente no importa tanto quién es tu prójimo sino de quién eres prójimo.»
Ya no había más excusas. Todo el mundo sabe qué significa ser prójimo de alguien en necesidad.
Ningún corazón misericordioso y compasivo puede permanecer inmóvil mientras su mente decide si el sufriente que tiene a su lado cae o no en la definición de prójimo.
Si el intérprete hubiera comprendido la intención del mandamiento de Dios, hubiera visto cuán irrelevante era su pregunta acerca de quién era su prójimo. La intención de Dios es crear personas compasivas, amorosas y misericordiosas cuyos corazones las impulsen a la acción cuando hay alguien sufriendo a su alcance.
¿Me comporto como un prójimo de aquellos que necesitan mi amor y mi ayuda?
¿De qué manera busco ser el prójimo del que lo necesita?
¿Conozco las necesidades de los que me rodean en la iglesia, familia y/o barrio?
¿Busco satisfacer las necesidades de aquellos para los cuales soy el prójimo, de la misma manera que satisfago las mías?
Nuestro Señor apunta a llamar a hombres y mujeres para que sean compasivos, misericordiosos y amorosos y cuyos corazones los impulsen rápidamente a la acción cuando alguien sufre en su camino. Para tal fin, sería bueno que nos hagamos la siguiente pregunta cuando nos encontramos con un prójimo necesitado: «¿Estoy satisfaciendo la necesidad de mi prójimo como si se tratara de mí mismo?»
Si bien es una pregunta fácil de hacer no siempre es fácil de responder.
Ruego a Dios que nos ayude a crecer espiritualmente lo suficiente como para cumplir sus mandamientos de acuerdo a su voluntad.

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