Los animales han   servido al hombre    siempre. Incluso desde antes que éste consiguiera   domesticar a  algunas especies de ellos. Le han servido de   distracción, de compañía , de vestido, de   medio de transportede   auxilio, de bestias de carga, de protección, de fuerza bruta   para el arado, en el trapiche, en el retiro de árboles   caídos, de objetos pesados, de inspiración, deenseñanza, de alimento, demedicina; en   fin, de tantas cosas…
Sin embargo, a cambio de   tantos cervicios, los   animales nunca han exigido nada. -No pueden hacerlo-,   dirán algunos. Pero sí pueden. No enel lenguaje   articulado en que nos comunicamos los humanos, ni en el escrito,   que es característica única del hombre entre todas   las especies que han poblado    Pero sí pueden hacerlo. De hecho, se comunican. No para   hacer  reclamos por sus servicios, sino para demostrar  afecto,   dependencia, lealtad. ¿Acaso no es eso lo que transmite un   perro cuando mueve la cola y salta alegre al ver  llegar al   amo?   
Recuerdo una escena que contemplé hace unos meses   cuando visité con mi familia y un   amigo  una playa en la costa  norte del país . Mientras nos   bañábamos en la orilla vimos llegar un pescador con   dos     perros.   Éste echó dentro de su yola sus instrumentos de pesca  , una   galón de plastico   lleno de agua, un par   de panes y un aguacate, que de seguro    usaría como relleno para convertir los panes en   sándwiches; luego,  pidió a un amigo que   parecía distraerse caminando de un lado a otro  sobre la   arena, que lo ayudara a empujar la yola, que descansaba sobre    unos troncos de cocoteros, para echarla al mar . Parecieron   conseguirlo con poco esfuerzo. Yo tardé para reponerme del   asombro. 
Poco después, el pescador encendió emotorl  de su yola   y se alejó mar adentro. No se despidió de sus   perros; pero éstos se echaron sobre la arena, bajo la   sombra de un árbol y se quedaron tranquilos mirando   cómo se alejaba la yola de su amo.
No le di importancia al hecho, tampoco parecieron   hacerlo los demás. Sólo cuando nos íbamos, y   ante la posibilidad de conseguir pescado fresco, le   pregunté al caminante sobre la hora aproximada en que   acostumbraba regresar el pescador.
-¿Qué hora es? -me   preguntó.
-Apenas son las diez -le respondí.
-¡Ah!, entonces debe   regresar entre las cinco y   las seis de la tarde. Esa es la hora en que  regresa cuando sale   tarde como hoy. La mayoría de las veces sale  temprano,   casi de madrugada, o bien cuando comienza a amanecer    -siguió diciendo-, y entonces regresa alrededor del   mediodía. Uno pesca  durante cinco o seis horas, cuando el   mar está tranquilo, como ahora.  Por ratos con anzuelo,   pero también puede uno tirarse a bucear con  arpón.   Todo depende de si los peses pican o   no.
Lo que sucede es que cuando no tienen hambre, se colocan   debajo de la yola, para protegerse del sol, y uno aprovecha eso y   se tira, arponea un pez, sube, lo tira en la yola y vuelve a   bajar y repite lo mismo hasta que se alejan. Cuando ya no hay   ningún pez cerca, vuelve uno a la yola y tira el anzuelo   de nuevo, si no pican, un rato después se vuelve a   bucear.
-¡Qué bien! -le dije, después que   terminó su cátedra . Entonces aproveché para   preguntarle por los perros del pescador. 
-Esos perros no se mueven de aquí hasta que el   pescador regresa -me respondió-. No se preocupan por comer   y ni siquiera por tomar agua. Es más, una vez que un mal tiempo vino de   repente y la brisa y las olas arrastraron la yola   llevándola bien lejos, esos perros ni así se   movieron. Sólo dos o tres veces, cuando un cangrejo les   pasaba cerca, se levantaban para comérselo y,   después, volvían a echarse bajo el   árbol.
Y así se mantuvieron durante los tres días    que estuvo el pescador perdido. Y si usted hubiera visto con   qué ímpetu se pararon y comenzaron a correr  hacia   la orilla moviendo la cola desde que reconocieron, antes que   nadie lo oyera, eruidol  del   motor  de la yola de su amo. Daba gusto verlos. Parecieron   volverse locos, de repente. 
Eso es lealtad -pensé-, mientras caminé   sin responder hacia el carro con mi gente  y poco después   nos alejamos, no sin antes echarle una nueva ojeada a los perros   que no daban señales  de fastidio, ni de resignación. Esperaban tranquilos,   contentos, confiados, agradecidos…
Los animales no reclaman, sino que dan señales de   alerta. Te estás pasando de la raya, parece decir  un   perro, cuando el amo, después de tenerlo encerrado todo un   día , intenta quitarle un hueso o algo de los alimentos  que   puso a su disposición, y el perro le gruñe y   enseña los  dientes, mientras los aprieta con fuerzas, en   señal de que no quiere  abrir la boca  para hacer  daño,   sino, simplemente, desea paz. Los leones, tigres, osos y   elefantes de los circos también, en ocasiones, dan   señales de alerta al entrenador que hace sonar el   látigo cerca de la piel de los   animales, y sólo si estas señales no son respetadas   ni tomadas en cuenta , muy rara vez el animal embiste al   entrenador, no procurando hacerle daño, sino que lo deje   en paz. 
Por eso, aunque es relativamente común oír   que un entrenador de un animal de circo sufrió algunas   heridas por el ataque de un animal, es verdaderamente excepcional   escuchar que uno de estos animales salvajes le causla muerteó .   ¿Cuánto tiempo tomaría a un león, un   tigre  o un oso darle muerte a un   hombre sin dar margen a que nadie pudiera evitarlo? ¿O   acaso no puede un elefante adulto envolver a un hombre con la   trompa y estrellarlo contra una pared a diez metros de distancia?   ¿Por qué no lo hacen, entonces? ¿Por   qué los animales enjaulados o encadenados no reclaman slibertadu  su   medio natural, o al menos que los dejen en paz?
 
 

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