Vienen del mar descuidadas gotas de invierno,
pinceladas de agua que no eligen destino, ni camino, ni nube,
que se instalan en mi sombra, sin permiso, y recuerdan
otras gotas que fueron
trazos de tu nombre en mi ventana.
Esa lluvia sitiada en este patio,
que acurruca la sal de alguna lágrima
que arribó al mar sin saberlo,
dibuja en el barro mi rostro y mi memoria,
y se deja pisar por las botas del niño
que ya he olvidado.
Voy despacio,
alivio mi peso sobre la tierra empapada,
temeroso de quebrar la vasija que conformo
y sentir el frío de ver mi sombra rota,
y cómo vacía su llanto en las aceras
el árbol deshojado por tu mirada.
Estas gotas son
jirones de lluvia que roban al mar, a veces,
escamas del corcel azul de las sirenas,
y anudan, con hilos invisibles,
las nubes a las casas
como globos grises que despiden la niñez
hasta mañana, o hasta siempre.
Son silbidos del viento que aconsejan
no despedir el frío con sábanas blancas,
ni con pañuelos tendidos
en las horas solitarias del salón.
He vuelto a la tierra y he encontrado
versos de agua escritos
con estas frías gotas de invierno,
estos días de lluvia interminables.
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