sábado, 15 de mayo de 2010

AMOR Y RESPETO



Mi marido me humilló desde el comienzo de nuestro matrimonio. No me sentía respetada. Me decía que todo lo hacía mal…; era como estar hundida en un pozo. No tenía libertad, vivía coaccionada. Se enfadaba hasta cuando quería estar con mi familia. Acabó con mi dignidad y llegó un momento en que no me valoraba a mí misma como mujer, como persona. Creía que no valía nada; me abandoné, me daba igual mi aspecto. Si tomé la decisión de separarme, lo hice sólo por mi hija, porque decidí que no vería a su madre en una situación tan denigrante. Él nunca me quiso. Pensaba que se había casado con una sirvienta.
La persona que habla de esta manera es A. Le llamaremos así, con una letra; su inicial. Es una mujer anónima, invisible para el lector, pero puede tener mil rostros. Todos los de aquellos, hombres o mujeres, que se vean reflejados en el espejo de sus palabras. ¡Qué diferentes éstas de las de la ópera Luna!
A. nunca sufrió maltratos físicos. Su marido jamás recurrió a la violencia física para agredirla; por lo tanto, nunca tuvo que acudir a Urgencias de ningún hospital, ni sus heridas pudieron contemplarse, horrorizar ni concienciar a nadie. Pero A. fue víctima de un tipo de violencia tipificado recientemente como delito: la violencia psíquica ejercida de forma habitual sobre las personas próximas. Se ha ampliado de esta manera el artículo 153 del Código Penal, que sólo preveía agresiones físicas.
A su testimonio, A. quiso añadir una importante reflexión: Me gustaría que quedara claro que las faltas de respeto pueden darse en cualquier persona, sea hombre o mujer. No son los hombres los únicos agresores, si bien es cierto que las estadísticas indican que son la gran mayoría. Normalmente se piensa que las personas que sufren estos problemas tienen un nivel cultural bajo, así como problemas económicos. No siempre es así. Tanto mi ex-marido como yo tenemos estudios superiores. Una de las cosas más tristes de este problema es que muchos hombres y mujeres piensan que el trato conyugal debe ser así…, porque nunca han conocido otra cosa.
UN PROBLEMA DE TODOS
Resulta difícil concretar si ha habido un incremento del problema a lo largo del tiempo, pues la aprobación de medidas para acabar con él ha comenzado hace relativamente poco. Antes, las personas que sufrían maltratos por parte de su cónyuge o pareja no lo denunciaban. No tenían recursos, ni apoyos institucionales, ni una sociedad sensibilizada que les protegiera y comprendiese. Se trataba de un problema privado, reservado estrictamente al ámbito familiar y, por lo tanto, no se dispone de datos estadísticos que permitan conocer la situación anterior.
Hoy la mal llamada violencia doméstica —¿No sería mejor decir violencia en casa?; ¿es justo, o ambiguo y programado, aplicar el adjetivo doméstico, hogareño, familiar, al sustantivo violencia?—está considerada como un problema de Estado, público y de toda la sociedad. Este avance se debe, en gran parte, al esfuerzo de todas las personas que se han agrupado con el objetivo de concienciar a la sociedad, de hacerle partícipe, conocedora y responsable de tragedias familiares en las que los celos, la bebida, los problemas psicológicos y otros muchos factores han actuado de manera destructiva y fatal. Aquellos que están en contacto con las víctimas de familiares violentos no se cansan de repetir que las cifras de fallecidos por maltratos en el hogar superan a los fallecidos por el sinsentido etarra.
El silencio de todas aquellas personas que son maltratadas y no se atreven a poner fin a tanto sufrimiento es el cómplice de tanta violencia. Pero no se puede culpar de miedo a quien es humillado y golpeado y, además, debe fingir que tales castigos injustos no existen. Gracias a Dios, existen muchas voces luchadoras que ponen el sonido a tanto silencio. Cientos de personas, en Congregaciones religiosas, asociaciones o instituciones, se ocupan hoy de asesorar, aconsejar y curar vidas destrozadas por la violencia, para que comiencen desde cero en un lugar lejos de sus pesadillas. La tarea de tantas personas luchando por sacar adelante a los maltratados da, poco a poco, fruto, y ya van siendo cada vez más los que se atreven a dar el paso de escapar de su cónyuge, valientemente, arriesgando muchas veces su vida.
Se calcula que hay en España cerca de 650.000 mujeres víctimas de malos tratos. Mirando un poco hacia el pasado, son más de dos millones las que afirman haber sufrido alguna vez en su vida malos tratos. Todos estos datos salieron a la luz hace un año, en la primera macroencuesta sobre violencia doméstica realizada en España, adelantada en su día por la entonces Secretaria General de Asuntos Sociales, Amalia Gómez, y por el Instituto de la Mujer. Mujer maltratada, según la macroencuesta, se consideraba el 4´2% de las españolas.
Existe la falsa creencia de que las mujeres maltratadas responden a un perfil de bajo nivel cultural y económico. Para J., una trabajadora social que prefiere no dar su nombre, ésta no es la realidad de la que ella tiene experiencia: A mí —afirma— no me gusta hablar de perfiles. En mi caso ha habido de todo. La gran mayoría tienen dificultades económicas, pero eso no significa que las mujeres con mayor nivel económico no sufran de malos tratos. Hemos tenido de todo, profesionales y gente con buen nivel, pero esas mujeres muchas veces también buscan soluciones alternativas que no sean las de acudir a una casa de acogida. Y luego está la gran cantidad que no denuncia su situación.
J. vive el drama diario de las mujeres que huyen de sus casas, o llegan directamente del hospital, y se instalan en unas viviendas provisionales, en las que permanecen de 15 a 20 días, hasta que consiguen el permiso para trasladarse a las casa-refugio. Tanto en un lugar como en otro, las mujeres que llegan allí, huyendo de los malos tratos, deben cumplir unas estrictas normas de seguridad, por las cuales no pueden salir solas a la calle, ni pasear, ni dejarse ver normalmente por los alrededores. Tampoco les está permitido a los periodistas facilitar ningún indicio sobre estos lugares, ni sobre las mujeres que allí se refugian, o sobre las personas que trabajan con ellas. J. explica que no es la primera vez que, con las más pequeñas pistas, ha habido hombres que han logrado localizar a sus mujeres, en arduas tareas detectivescas, sólo propias de una increíble obsesión y convicción de pertenencia.
EL RIGOR DE LAS CIFRAS

Ella trabaja en una de las casas de acogida temporal que tienen algunas Congregaciones religiosas en Madrid, por la que, en el año 2000, pasaron 59 mujeres y 19 niños, hijos de éstas. Allí acogen a las mujeres con cariño, aunque algunas llegan en condiciones tremendas y los daños son difícilmente reparables. Hay mujeres —dice J.— que llegan muy tocadas, con mucha ansiedad contenida y terror. Depende de si las agresiones han sido espaciadas en el tiempo, y llegan allí después de pensárselo bien, premedidamente, o, por el contrario, han huido de su casa tras una paliza tremenda y no les ha dado tiempo ni siquiera a recoger sus cosas. Llegar a la casa de acogida siempre es duro, pues supone una ruptura total con todo: su familia, sus hijos, sus personas cercanas. No pueden dar su dirección a nadie, y deben tomar precauciones hasta para llamar por teléfono. Tienen que tener cuidado por si el número queda registrado en el teléfono al que llaman. Todo esto provoca un estado de ansiedad y tristeza que acompaña a estas mujeres constantemente.
Lo que sorprende es que, a pesar del sufrimiento y la humillación, muchas mujeres vuelven a sus casas al cabo de un tiempo. Los hijos tiran mucho — afirma J.—; ellos son la principal causa de vuelta al hogar. Otras vuelven porque sólo querían dar un escarmiento a sus maridos. Esto ocurre con bastante frecuencia. Nosotros tratamos de explicarles, en esos casos, que después del primer golpe hay un segundo, y un tercero… Pero eso es difícil de asumir, hasta que no lo vives.
En el año 1998 en España hubo alrededor de 18.000 denuncias por malos tratos conyugales, en el 2000, cerca de 25.000. Y lo más grave es que se calcula que únicamente se tiene conocimiento del 10% de los episodios de violencia tan sólo contra las mujeres.
Según los datos del Ministerio del Interior, en el año pasado se registraron 64 muertes de mujeres a manos de sus parejas o ex-parejas, dos más que en 1999. La cifra varía, como se puede comprobar, con los hombres, que fueron 44 los asesinados por algún familiar, y concretamente 7 a manos de sus cónyuges o ex-cónyuges.
Por Comunidades Autónomas, Andalucía y Madrid son las dos que más muertes han contabilizado por año, y el País Vasco es, con mucha diferencia, la Comunidad Autónoma que menor número de denuncias ha registrado el año pasado.
LA AYUDA INDISPENSABLE

No es poca la gente que entrega su vida por erradicar la violencia de los hogares, y los proyectos, las ayudas, las peticiones, los planes de futuro, nacen constantemente. En Barcelona, la Asociación cristiana de personas separadas y divorciadas (ACRISDI), formada por unos 300 miembros, constituye una gran ayuda para todos aquellos que pasan por el doloroso trance de la separación. Muchos han acudido gracias a la divulgación que la Asociación ha procurado tener, para estar cerca de las personas que necesitan compañía, asesoramiento, consejos… Cuentan con un teléfono interno de la esperanza, psicólogos, y actividades lúdicas para los miembros, entre los cuales se encuentran algunos casos de maltratos, que intentan rehacer su vida rodeados de personas que se convierten en amigos y refugio.
Como explicaba José Caritg, Presidente de esta asociación, aquí han acudido personas que habían sufrido malos tratos en su matrimonio, también hombres maltratados. Nuestra asociación es religiosa, pero acude mucha gente no creyente, a los cuales respetamos perfectamente como ellos nos respetan a nosotros. Tenemos un consiliario, que da una conferencia regularmente, sobre temas que proponemos, y procuramos que el clima que se crea sea constructivo y acogedor.
El ejemplo de ACRISDI es uno más de los muchos que existen en España, abierto a las personas que quieren dar un giro a su vida hacia la esperanza. En estos centros, muchos de ellos sin ánimo de lucro y formados, por tanto, por voluntarios, se respira el espíritu de ayuda y amor por el que acude el necesitado. Se convierten en auténticos dones gratuitos de Dios para quien no ha tenido amor y respeto en el matrimonio, dos premisas imprescindibles que no siempre se cumplen.
Para quienes todavía desean seguir intentando la convivencia con su cónyuge, para quienes quieren superar una crisis, o desean consejo y guía, los centros de orientación familiares se presentan como una alternativa muy cualificada para ello. En Madrid, el COF, Centro de Orientación Familiar de la archidiócesis, atiende a parejas problemáticas y les ayuda a abordar, mediante terapias dirigidas por especialistas (abogados, psicólogos, psiquiatras, orientadores familiares, trabajadores sociales…), aquello que no funciona en la relación.
Ana Rodríguez, directora del centro, comenta que muchas parejas llegan hasta ellos con problemas de maltratos: No siempre acuden de forma duradera —explica—. En muchas ocasiones, la policía les ha puesto la condición de que acudan al centro de orientación familiar, a sabiendas de que son maltratadores "pequeños", por decirlo de algún modo, y esperando que las terapias les ayuden a rehabilitarse. Con la experiencia que tenemos en el centro, se puede decir que el maltrato proviene de una estima muy baja. Las mujeres tienen prácticamente asumido los malos tratos, y ellos incluso se llegan a justificar argumentando que ellas también les han respondido en los golpes, entre otras cosas. Nosotros, en las terapias, intentamos no hacer mucho hincapié en este tema. Trabajamos mucho con la comunicación en la pareja, y también en la estima. Nos dirigimos al hombre con argumentos como éste: "Tú que eres tan inteligente, ¿cómo has podido caer en algo así?…", propiciando siempre, ya digo, la comunicación; eso es importantísimo. Lo cierto es que cambiar las conductas de las personas es muy difícil; muchos se cansan, otros llevan acudiendo aquí ya varios años, y eso es muy satisfactorio. Pero, sobre todo, las personas tienen que estar muy dispuestas a cambiar.
Según el Instituto de la Mujer, el 95% de los asesinatos a mujeres se produce cuando la pareja se ha separado o está en trámites de hacerlo. Éste dato ha dado lugar a que algunos especialistas acuñen el término violencia ex doméstica, para ser exactos en la aplicación del mismo. Sin embargo, hay un dato imprescindible, muy revelador, que resumiría la situación actual de tantas mujeres: el 98% de las mujeres asesinadas en los últimos 3 años habían denunciado a sus parejas por malos tratos, según una noticia publicada en el diario El Mundo, el pasado 29 de enero. LOS NIÑOS, LAS GRANDES VÍCTIMAS

Los niños son las grandes víctimas de los maltratos físicos o psíquicos en el hogar. En los niños, el efecto de la violencia es devastador. Van acumulando trastornos de ansiedad, se convierten en personas depresivas, con un aumento considerable de la conducta agresiva. En la edad adulta, estos niños tienen más posibilidades de padecer transtornos psiquiátricos y conductas suicidas, explica el doctor Sémelas, psiquiatra y psicopedagogo.
En el documento titulado Los hijos, don precioso de la familia y la sociedad, preparado por el Presidente del Consejo Pontificio para la Familia, el cardenal Alfonso López Trujillo, para el III Encuentro Mundial del Santo Padre con las familias, se afirma: Muchos niños no encuentran, por diversos motivos, una acogida conforme a su dignidad. El derecho que tienen los hijos a ser acogidos, amados, respetados y formados integralmente en el hogar, es muchas veces olvidado o conculcado.
El panorama mundial respecto de los niños, como lo revelan las estadísticas y estudios numerosos, no es propiamente halagüeño. Hoy, la apertura a la vida no es una tónica constante. Aunque se trata de un amargo fenómeno que contemplamos con tristeza, esta consideración, lejos de sumirnos en el pesimismo y la inoperancia, debe ser estímulo ante la gran tarea de caridad, justicia y solidaridad humana que el Evangelio nos muestra al inicio del tercer milenio.
Queda claro que, si los efectos de la violencia son tremendos para los adultos, los niños salen inmensamente peor parados de estas situaciones trágicas. Constantes injusticias se cometen en nombre de su inocencia e inexperiencia.
La separación o la amenaza que sienten los maltratadores sobre su estructura familiar aumenta su peligrosidad en un 75%, hasta el punto de llevar a cabo la amenaza de muerte, afirma el psiquiatra José María Sémelas. Los maltratadores —continúa— suelen provenir de hogares violentos, en los que han visto maltratar, y en los que les han maltratado, generalmente. Estas personas suelen padecer trastornos psicológicos y, muchos de ellos, utilizar sustancias, como el alcohol, que ayudan a potenciar su agresividad. Tienen un perfil determinado de inmadurez, dependencia afectiva, inseguridad…; son emocionalmente inestables, impacientes e impulsivos. Los maltratadores trasladan habitualmente la agresividad que han acumulado en otros ámbitos hacia sus mujeres. Además, consideran a la mujer como algo de su propiedad. Dentro de su patología, está el arrepentimiento frecuente, y la mujer malinterpreta este arrepentimiento, que sólo es temporal, hasta el próximo golpe.
El doctor Sémelas recibe frecuentemente a mujeres que acuden a su consulta con problemas psicológicos fuertes, que, después de varias entrevistas, van dejando entrever una situación de malos tratos en el hogar. Llegan con cuadros de ansiedad y depresión, y el cometido del psiquiatra es ir estudiando los motivos de estos trastornos. Después de un tiempo sale a la luz el verdadero problema, rodeado de miedo por si la pareja maltratadora llega a enterarse. Ellas —afirma el doctor— son normalmente mujeres inseguras, también afectivamente dependientes y con una baja autoestima. Desde su infancia, un alto porcentaje han vivido en un ambiente de maltrato por parte de sus padres, lo que les ha hecho especialemente sumisas ante este estímulo adversivo. Esto sería una pauta disfuncional, es decir, una manera inadecuada de reaccionar ante un acontecimiento emocional impactante o negativo, que vuelven a repetir en la edad adulta con sus parejas que las maltratan.
Cambiar las conductas —como afirmaba la directora del COF de la archidiócesis de Madrid, Ana Rodríguez— es muy difícil. Pero la sociedad dispone ampliamente de recursos para paliar, no ya conductas transtornadas psicológicamente, sino la convicción de que unos seres humanos son pertenencia de otros. Los celos, el alcoholismo, no desaparecerán tan fácilmente, pero probablemente muchas muertes no hubieran tenido lugar si se hubiera reaccionado con rapidez..., reaccionado para que nunca volvamos a leer en un titular: Puesto en libertad tras golpear a su pareja hasta provocarle un aborto, para que las personas no vuelvan a sentirse débiles o desprotegidas por la Justicia, y en nombre de todos aquellos, hombres y mujeres, que, como decía A., no han conocido el trato digno que todo ser humano merece. Vayan dedicadas todas y cada una de las palabras de este reportaje a los niños que, con ojos transparentes que absorben la realidad, han presenciado terribles escenas de violencia en su hogar.


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