Jesús ha mostrado que el gran misterio religioso del hombre consiste en reconocer a Dios como Padre en el corazón de la propia vida. ¿Qué significa esto? Dios es el gran misterio del hombre, "a Dios nadie le ha visto jamás" —dice San Juan (1, 18)—. Y dice también: "El Hijo único que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer". En efecto, Jesús es el gran revelador, el mejor intérprete del Padre. Cada acontecimiento de su vida deja al descubierto el rostro de Dios. Sólo Jesús pudo revelarnos definitivamente quién es realmente Dios y sólo El lo continúa haciendo: "Nadie conoce al Padre, sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Mt 11, 27). Se trata de un conocimiento vital y salvador.
Vivir como esclavos bajo el peso del temor. Experiencia profunda
157. Cuando Pablo habla a las primeras comunidades cristianas de haber vivido como esclavos bajo los elementos del mundo y les recuerda que no han recibido un espíritu de esclavos para recaer en el temor (Ga 4, 3-6; Rm 8, 14-16), se refiere a una experiencia profunda que los destinatarios han vivido o están viviendo: el peso esclavizante de un temor que no puede ser alejado. En este terreno, Pablo se mueve con seguridad. Percibe el secreto mejor ¡guardado de una existencia vivida de espaldas a Dios: ese secreto radica en el temor, aunque éste permanezca enmascarado. A los romanos, a los gálatas y a nosotros nos ayuda Pablo a reconocer en nuestra experiencia de esclavitud y de temor nuestra secreta situación de condena.
Nadie puede vivir a Dios como Padre si no vive la vida con confianza: como don de Dios
158. En esa raíz de la propia existencia se manifiesta la originalidad y la fuerza propia de la fe. Tendemos a conjugar la imagen que tenemos de Dios y la imagen que tenemos del mundo y de la vida. Nuestra relación con Dios como _ Padre, y nuestra confianza filial en El, implica reconocer el mundo y la vida como don de Dios. La confianza en Dios es fuente de la confianza "básica" para poder vivir. Es difícil vivir a Dios como Padre, si no se vive la realidad entera como don de Dios. Con confianza. Más aún, esto condiciona la configuración de la propia identidad, de forma que podría decirse: "Dime qué imagen tienes de Dios (o de la vida) y te diré quién eres."
De espaldas a Dios, la vida humana se agosta
159. Los psicólogos dicen que el sentimiento de identidad se desarrolla viviendo en confianza. Y se vive en confianza cuando sentimos que alguien está con nosotros, nos acepta, nos ama. E inseparablemente, cuando también somos nosotros todo esto para quienes nos rodean. Sin embargo, una y otra vez surgen interrogantes que sitúan la vida humana en una tensión abierta entre la confianza y el temor. El aburrimiento, el tedio y la angustia nacen en nosotros de sentir el fondo de nuestra propia inconsistencia. La angustia corroe todas las cosas del mundo y pone al descubierto todas las ilusiones. Sin embargo, la angustia nos ha servido a los hombres con mucha frecuencia, para ponernos delante de Dios. De espaldas a Dios, la vida humana se agosta. Como dice el profeta Jeremías: "Doble mal ha hecho mi pueblo a mí me dejaron, Manantial de aguas vivas, para hacerse cisternas, cisternas agrietadas, que el agua no retienen" (2, 13). Si el hombre quiere alcanzar su salvación, habrá de renunciar a su autonomía idolátrica y abrirse a la acción salvadora de Dios. Entonces la vida será ante todo el fruto siempre nuevo de un don que viene de Dios. En realidad, la fe nos libera de la ilusión, de creer que podemos fundar nuestra existencia personal en virtud de nuestra propia decisión. Tal ilusión viene a ser una pretensión idolátrica que destruye al hombre mismo.
Jesús, revelador definitivo del plan de Dios. Una historia de amor
160. Jesús, el revelador de Dios, funda su misión en las decisiones del Padre, que se le van manifestando en el interior de los mismos acontecimientos: Mi alimento es hacer la voluntad del Padre (Jn 4, 34; Le 22, 42; Jn 14, 10-31). Jesús invita a todos a abrirse como niños al plan de Dios (Mc 10, 15), un plan preparado desde toda la eternidad y manifestado progresivamente en la historia humana, un plan que le devuelve al hombre la confianza de que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman (Rm 8, 28).
El comienzo del plan de Dios: "El espíritu de Dios aleteaba sobre la superficie de las aguas..."
161. El plan de Dios es una historia de amor. Ya desde sus comienzos. la creación es un gesto de amor por parte de Dios. Acoger el mensaje cristiano de la creación es creer en el amor. Es poner el amor en el principio mismo del ser, es explicar el origen del mundo a partir de una generosidad misteriosa. Es concebir el mundo como un don, considerar toda la realidad como dependiente de una benevolencia vigilante. Utilizando una imagen expresiva, la del ave que aletea sobre el nido donde nacerán sus polluelos, el relato bíblico de la creación (Gn 1, 1 ss) presenta la acción de Dios amorosa y vigilante sobre la realidad llamada por El a la existencia.
Ante el pecado del hombre, el amor de Dios se manifiesta como misericordia
162. La historia humana aparece desde sus orígenes como historia de pecado. Los primeros capítulos del Génesis (2-11) describen abundantemente el impacto del pecado en medio de un mundo que, en cuanto salido de las manos de Dios, era bueno (Gn 1, 4.10.12.18.21.25.31). El pecado domina de forma casi absoluta, es "señor del mundo": entregados a la dureza de su propio corazón, los hombres caminan según sus designios (Sal 80, 13). En este contexto, Dios llama a Abraham a una experiencia de fe y amistad y lo que hizo con él piensa hacerlo con todas las naciones de la tierra (Gn 12, 3). Ante el pecado del hombre, el amor de Dios aparece como misericordia: "Tenía mis manos extendidas todo el día hacia un pueblo rebelde y provocador" (Rm 10, 21; Ts 65, 2).
Dios actúa en la historia gratuitamente. "Me manifesté a quienes no preguntaban por mí"
163. El rostro de Dios Padre se manifiesta en la historia de Israel. Dios actúa en ella. También en la historia humana. Siempre de forma gratuita. Es significativo que Abraham fuera llamado por Dios cuando era incircunciso, cuando no era creyente. Esto lo tiene muy presente Pablo (Rm 4, 9-12), pues Abraham es así figura de todos los creyentes, llamados por Dios cuando éramos enemigos (Rm 5, 6-11; 2 Co 5, 18). Así se cumple la palabra del profeta Isaías: "Fui hallado de quienes no me buscaban; me manifesté a quienes no preguntaban por mí" (Is 65, 1; Rm 10, 20).
Como a la niña de sus ojos
164. Israel ha experimentado especialmente la acción amorosa de Dios. Yahvé se reveló como padre de Israel en el éxodo: "Lo encontró en una tierra desierta, en una soledad poblada de aullidos: lo rodeó cuidando de él, lo guardó como a las niñas de sus ojos. Como el águila incita a su nidada revolhndo sobre los polluelos, así extendió sus alas, los tomó y los llevó sobre sus plumas. El Señor sólo los condujo, no hubo dioses extraños con él" (Dt 32, 10-12).
Como quien alza a un niño contra su mejilla
165. Toda la historia de Israel está presidida por el amor de Dios. Oseas expresa gráficamente su inmensa ternura: "Cuando Israel era joven le amé, desde Egipto llamé a mi hijo. Cuando le llamaba, él se alejaba, sacrificaba a los Baales, ofrecía incienso a los ídolos. Yo enseñé a andar a Efraím, le alzaba en brazos; y él no comprendía que yo le curaba. Con cuerdas humanas, con correas de amor le atraía; era para ellos como el que levanta el yugo de la cerviz, me inclinaba y le daba de comer" (Os 11, 1-4).
"Yo no te olvidaré... En mis palmas te llevo tatuada"
166. Isaías compara el amor de Yahvé, que no olvida, al amor de una madre: "¿Puede una madre olvidarse de su criatura. no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré. Mira, en mis palmas te llevo tatuada" (Is 49, 15-16).
Los ángeles son servidores de Dios, enviados para cooperar como ministros de la salvación de Cristo en nuestro favor
167. El amor de Dios y su presencia en la historia de los hombres se manifiesta también a través de enviados, mensajeros o ángeles. La Escritura habla a menudo de los ángeles. Ellos son cooperadores de la bondad de Dios, espíritus inteligentes y libres, fuerzas poderosas del bien, que nos asisten en nuestra peregrinación terrestre: "¿Qué son todos (los ángeles) sino espíritus en servicio activo, que se envían en ayuda de los que han de heredar la salvación?" (Hb 1, 14). Cristo, por ser "el Principio", "el primero en todo" (Col 1, 18), es el Señor de los Angeles: "tanto más encumbrado sobre los ángeles, cuanto más sublime es el nombre que ha heredado" (Hb 1, 4); Dios le otorgó (a Jesús) el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble (F1p 2, 9-11). Cuanto se dice de los ángeles en la Escritura proclama el alegre mensaje de que Dios se ocupa y preocupa de mil maneras de nosotros. Su existencia es una verdad de la doctrina católica (Cfr. Pablo VI, CPD 8).
Jesucristo, máxima prueba de amor por parte de Dios
168. La prueba suprema del amor nos la da Dios en la persona de Jesucristo. Dios ha amado tanto este mundo pecador que ha enviado a quien quiere, a su Hijo muy amado, aun sabiendo que sería rechazado, sacrificado: "Cuando nosotros todavía estábamos sin fuerza, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; en verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir; mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros" (Rm 5, 6-8).
Confiar en Dios Padre, centro del mensaje de Jesús
169. La revelación de Dios como Padre está en el centro del mensaje de Jesucristo. El secreto de la vida humana consiste en llegar a confiar en Dios. Son los "pequeños", los que, humildes, creen y confían, los que descubren su acción y su presencia (Mt 11, 25), los que acogen la llegada del Reino de Dios, los que piden el cumplimiento de la voluntad del Padre: "Padre nuestro dd1 cielo, santificado sea tu Nombre; venga tu Reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo" (Mt 6, 9-10).
Delante de Dios, tal como somos y como vivimos
170. Jesús nos enseña que el hombre puede acudir siempre al Padre, tal como es en lo profundo de su vida, con sus miserias necesidades ordinarias: "Danos hoy el pan nuestro de cada día, Perdónanos nuestras ofensas, pues nosotros hemos perdonado a los que nos han ofendido; no nos dejes caer en tentación, sino líbranos del maligno" (Mt 6, 11-13). Quienes así se presentan delante de Dios saben también qué cosa es la fundamental: "Sobre todo, buscad el Reino de Dios y su, justicia, lo demás se os dará por añadidura" (Mt 6, 33).
El corazón de Dios Padre. Entre el respeto a la libertad del hijo y la misericordia
171. El corazón de Dios Padre lo manifiesta Jesús de forma incomparable en la parábola del hijo pródigo (Lc 15, 11-32), parábola que podría llamarse del padre misericordioso. En realidad, la figura principal es el padre. En el contexto del Evangelio, Dios no aparece como el padre que atranca la puerta para que los hijos no salgan de noche, sino como luz que alumbra, como brújula que orienta al hombre en sus opciones, que no lo abandona en el ejercicio arriesgado de la libertad, y que crea nuevas perspectivas de liberación, rehaciendo los epílogos que parecían desastrosos.
Paternidad de Dios, crecimiento y maduración del hombre
172. La paternidad de Dios no es una paternidad opresora que reduce al hombre a la pasividad, a una dependencia infantil, al mero sentimiento de culpabilidad, a la anulación de su propia personalidad. Por el contrario, la paternidad de Dios vivida con los sentimientos de Cristo y bajo la acción del Espíritu, ayuda al hombre a ser más responsable, más libre, más consciente. Dios Padre, al ofrecernos su perdón, suscita en nosotros una esperanza liberadora. Todas las etapas del hijo pródigo, desde la partida hasta el regreso, son rescatadas por el abrazo del Padre. El regreso a la casa del Padre es el redescubrimiento del sentido de las cosas y de los acontecimientos. La paternidad de Dios no se opone —antes al contrario— al más profundo desenvolvimiento del hombre. Dios es Creador y Salvador.
La confianza evangélica, escándalo para el hombre
173. Jesús nos invita a confiar en el Padre y a no ser esclavos de la preocupación angustiada: "No os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le bastan sus disgustos" (Mt 6, 34). La confianza en el cuidado de Dios providente es una característica del espíritu evangélico. Esta confianza en Dios resulta escandalosa para quienes viven agobiados por la preocupación por tantas cosas: acumulación de riquezas, aumento de comodidades, salud y enfermedad, guerra y paz, y, finalmente, la muerte.
Por el miedo a la muerte, vivimos esclavizados de por vida
174. La muerte... Muchos pensadores afirman que, para poder escapar a la preocupación de la muerte, el hombre se aturde, juega, se divierte, se consagra "a los negocios": y todo para olvidar. Esto mismo percibe el autor de la Carta a los Hebreos, cuando dice que el hombre, por el miedo que tiene a la muerte, vive esclavizado de por vida (Hb 2, 15).
No andéis agobiados...
175. Es sorprendente la insistencia evangélica de Jesús: "No estéis agobiados por la vida pensando qué vais a comer o beber, ni por el cuerpo pensando con qué os vais a vestir. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido? Mirad a los pájaros: ni siembran, ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos? ¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida? ¿Por qué os agobiáis por el vestido? Fijaos cómo crecen los lirios del campo: ni trabajan ni hilan. Y os digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos. Pues si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se quema en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, gente de poca fe? No andéis agobiados pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los gentiles se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre del cielo que tenéis necesidad de todo eso. Sobre todo, buscad el Reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura. Por tanto, no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le bastan sus disgustos" (Mt 6, 25-34; cfr. Mt 10, 19; Me 13, 11; Lc 12, 11).
Confiar en el Padre, don del Espíritu. "El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza" (Rm 8, 26)
176. Sucede, sin embargo, que al hombre le falta valor para vivir confiadamente. Necesita de la fuerza del Espíritu para que pueda vivir con corazón de hijo para con Dios Padre. La acción del Espíritu viene a ser la prueba de la filiación: "Como sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abba! (Padre). Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios" (Ga 4, 6-7). En efecto, "los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios. Habéis recibido no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: ¡Abba! (Padre). Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde; que somos hijos de Dios, y si somos hijos, también herederos, herederos de Dios y coherederos con Cristo" (Rm 8, 14-17).
Somos realmente hijos de Dios por la fe en Cristo
177. La filiación adoptiva era ya uno de los privilegios de Israel (Rm 9, 4), pero ahora los cristianos son hijos de Dios, en un sentido mucho más fuerte, por la fe en Cristo (Ga 3, 26; Ef 1,5). La fe viva supone en ellos una verdadera regeneración (Tt 3, 5; cfr. 1 P 1, 3; 2, 2) que los hace partícipes en la vida del Hijo. Tal es el sentido del bautismo, por el que el hombre adquiere una vida nueva (Rm 6, 4), renace del agua y del Espíritu (Jn 3, 3.5). A los que creen en Cristo, en efecto, Dios les hace capaces de ser hijos suyos n Jn 1, 12). Esta vida de hijos es para nosotros una realidad actual, aun cuando el mundo lo ignore (1 Jn 3, 1). Vendrá un día que se manifestará abiertamente y entonces seremos semejantes a Dios porque le veremos tal cual es (1 Jn 3, 2). Unidos a Jesucristo por la fe, por el bautismo, por la caridad, el Espíritu Santo nos hace partícipes de la vida de Dios y nos transforma realmente en hijos de Dios.
El Padre da el espíritu a todos los que se lo piden
178. El Padre concede el LDm del Espíritu a todos los que se lo piden: "Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide, recibe, quien busca, halla, y al que llama se le abre. ¿Qué padre entre vosotros, cuando el hijo le pide pan le dará una piedra? ¿O si le pide un pez, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo le dará un escorpión? Si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?" (Lc 11, 9-13).
Himno al amor de Dios. "Dios está con nosotros". Sin miedo a nada. Abiertos al futuro
179. Por el Don del Espíritu Santo comprendemos que Dios está con nosotros, superamos todo tipo de miedo y podemos cantar con San Pablo este himno al amor de Dios: "Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros. ¿cómo no nos dará todo con él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién condenará? ¿Acaso Cristo, que murió, más aún, resucitó y está a la derecha de Dios, y que intercede por nosotros? ¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?: ¿la aflición?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?, como dice la Escritura: Por tu causa nos degüellan cada día. nos tratan como a ovejas de matanza. Pero, en todo esto, vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna, podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro" (Rm 8, 31-39).
Confiar en Dios Padre y vivir fraternalmente con los demás hombres
180. Vivir con confianza en Dios Padre no es posible sin vivir fraternalmente con los demás hombres. También desde esta perspectiva, el segundo mandamiento de la Ley es semejante al primero (Mt 22, 39): "Entonces clamarás al Señor y te responderá, gritarás y te dirá: Aquí estoy. Cuando destierres de ti la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia, cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá medio día" (Is 58, 9-10).
"Amad a vuestros enemigos... Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo"
181. Si Dios es nuestro Padre, entonces todos somos hermanos. Según el Evangelio de Jesús, quedan incluidos también los enemigos: "Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos" (Mt 5, 43-45). Sólo aquel que no excluya a su enemigo puede decir con verdad: El mundo es la casa de todos. Todos somos hermanos. Dios es nuestro Padre.
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