Te escribo desde mi insomnio, para alivianar mi pluma llena de palabras, como antes, como siempre que estoy sola, como cuando se reseca mi alma.
Es el grifo que da paso a mis sentires desorientados y les dirijo rumbo al mar; ese mismo que conoce mil momentos de mi vida ya tragados por sus olas o dormidos en las rocas de la orilla, mansamente.
Hoy siento que al hacerlo me estoy desnudando delante de tus ojos asombrados y enrojecen las letras al sentir la caricia de tu mirada ardiente y lejana...
Mis sentires están llenos de tristezas y versos olvidados, que encontraron las espinas de tus rosas, clavadas en mi alma.
Aquellas rosas rojas que un día fueron el motivo de mi alegría, porque sus pétalos susurraron en mis oídos las palabras más bellas que sobre la tierra existen; y con ellas alfombré tu sendero que terminaba en mi puerta.
Hoy que la barca se aleja de mi lado y mis alas se niegan a volar; tengo miedo de las rosas, miedo del mar, miedo de las olas, miedo de tu olvido, miedo del propio miedo. Pero.¡Yo no quiero tener miedo a vivir! Porque la muerte sería dejar de amarte y no verte más.
Sería dejar de sentir tu aroma en mis noches de velada; me faltaría tu respiración acariciando mi cuello y tus manos aladas recorriéndome.
Lo ves? Las palabras de mi pluma tienen tantos adjetivos y rosales, tantos suspiros y despertares que pesan mucho y no la puedo parar.
Hoy escribo mis dolores vestidos con mieles de ensueño y te entrego esta carta para dormir mi insomnio hasta que cante el lucero y las estrellas guarden su brillo entre las nubes caprichosas.
Guarda mis palabras amor mío; ellas te dirán cuando yo no esté. cuánto te quiero en verdad y entonces me verás titilar en tu ventana mientras duermen las estrellas.
Son mis manos caprichosas las que dictan estas letras y mi alma esperanzada se deleita en su vaivén; porque al escribirlas sé que tus ojos me recorren; es por eso que no dejo de arañar estas páginas como un suspiro del alma que se resiste a morir.
Ya el sueño me reclama y el sol se despereza lentamente en su lecho de fuego; es la hora agonizante del poeta que reclama un minuto de placer.
Hasta mañana querido mío, un beso en tu frente y en mis labios, una flor
Es el grifo que da paso a mis sentires desorientados y les dirijo rumbo al mar; ese mismo que conoce mil momentos de mi vida ya tragados por sus olas o dormidos en las rocas de la orilla, mansamente.
Hoy siento que al hacerlo me estoy desnudando delante de tus ojos asombrados y enrojecen las letras al sentir la caricia de tu mirada ardiente y lejana...
Mis sentires están llenos de tristezas y versos olvidados, que encontraron las espinas de tus rosas, clavadas en mi alma.
Aquellas rosas rojas que un día fueron el motivo de mi alegría, porque sus pétalos susurraron en mis oídos las palabras más bellas que sobre la tierra existen; y con ellas alfombré tu sendero que terminaba en mi puerta.
Hoy que la barca se aleja de mi lado y mis alas se niegan a volar; tengo miedo de las rosas, miedo del mar, miedo de las olas, miedo de tu olvido, miedo del propio miedo. Pero.¡Yo no quiero tener miedo a vivir! Porque la muerte sería dejar de amarte y no verte más.
Sería dejar de sentir tu aroma en mis noches de velada; me faltaría tu respiración acariciando mi cuello y tus manos aladas recorriéndome.
Lo ves? Las palabras de mi pluma tienen tantos adjetivos y rosales, tantos suspiros y despertares que pesan mucho y no la puedo parar.
Hoy escribo mis dolores vestidos con mieles de ensueño y te entrego esta carta para dormir mi insomnio hasta que cante el lucero y las estrellas guarden su brillo entre las nubes caprichosas.
Guarda mis palabras amor mío; ellas te dirán cuando yo no esté. cuánto te quiero en verdad y entonces me verás titilar en tu ventana mientras duermen las estrellas.
Son mis manos caprichosas las que dictan estas letras y mi alma esperanzada se deleita en su vaivén; porque al escribirlas sé que tus ojos me recorren; es por eso que no dejo de arañar estas páginas como un suspiro del alma que se resiste a morir.
Ya el sueño me reclama y el sol se despereza lentamente en su lecho de fuego; es la hora agonizante del poeta que reclama un minuto de placer.
Hasta mañana querido mío, un beso en tu frente y en mis labios, una flor
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