Recuerdo que en mi niñez, mis papás siempre nos leían a mi hermano y a
mí algo antes de dormir y como lectura devocional en la mañana diversas
historias de la Biblia, pero más que eso se me quedó grabado cuando
ellos ayudaban a la gente. Muchas personas pobres venían a la casa a
pedir despensas, periódico, dinero o ropa y cuando íbamos en el carro se
acercaban a limpiar las ventanas y yo observaba que ellos siempre
ayudaban.
Mi mama decía que no podíamos negarles nada en ningún momento, que si alguien te pedía ayuda de cualquier tipo, tú tenías que ayudarlos porque así era como Dios lo había mandado.
Anoche estaba leyendo una historia en la Biblia. En el evangelio según San Lucas llegué al pasaje donde un fariseo rico invita al Señor a su casa. Una pecadora se presentó ante Jesús, le limpió y ungió los pies, y luego los enjugó con sus lágrimas. El Señor le dijo al fariseo: “¿Ves a esta mujer? Yo entré en tu casa y no me diste agua con qué lavar mis pies; sin embargo, ésta ha lavado mis pies con sus lágrimas y los ha enjugado con sus cabellos. Tú no has ungido con óleo mi cabeza; y ésta ha derramado sus perfumes sobre mis pies”. Este fariseo no lo recibió dignamente y me pregunté: Si el Señor viniera a mí, ¿me portaría de esa manera?, ¡Qué no haría para recibirlo como se merece!
Hay un versículo en la Biblia que dice: “Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estuve desnudo y me vestiste, estuve enfermo y me curaste, me hicieron prisionero y me liberaste”. El cristiano bueno y modesto pregunta: “¿Cuándo hice yo esas cosas?”, y recibe esta respuesta: “Lo que hiciste por tus hermanos, lo hiciste por mí”.
Dios murió por nosotros y merece ser tratado de la mejor manera posible, y como lo dice el versículo, cuando lo hacemos por nuestro prójimo, lo estamos haciendo a él.
Mi mama decía que no podíamos negarles nada en ningún momento, que si alguien te pedía ayuda de cualquier tipo, tú tenías que ayudarlos porque así era como Dios lo había mandado.
Anoche estaba leyendo una historia en la Biblia. En el evangelio según San Lucas llegué al pasaje donde un fariseo rico invita al Señor a su casa. Una pecadora se presentó ante Jesús, le limpió y ungió los pies, y luego los enjugó con sus lágrimas. El Señor le dijo al fariseo: “¿Ves a esta mujer? Yo entré en tu casa y no me diste agua con qué lavar mis pies; sin embargo, ésta ha lavado mis pies con sus lágrimas y los ha enjugado con sus cabellos. Tú no has ungido con óleo mi cabeza; y ésta ha derramado sus perfumes sobre mis pies”. Este fariseo no lo recibió dignamente y me pregunté: Si el Señor viniera a mí, ¿me portaría de esa manera?, ¡Qué no haría para recibirlo como se merece!
Hay un versículo en la Biblia que dice: “Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estuve desnudo y me vestiste, estuve enfermo y me curaste, me hicieron prisionero y me liberaste”. El cristiano bueno y modesto pregunta: “¿Cuándo hice yo esas cosas?”, y recibe esta respuesta: “Lo que hiciste por tus hermanos, lo hiciste por mí”.
Dios murió por nosotros y merece ser tratado de la mejor manera posible, y como lo dice el versículo, cuando lo hacemos por nuestro prójimo, lo estamos haciendo a él.
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