 "Jesús
 en el Evangelio nos dice que lo que hacemos al más humilde de sus 
hermanos, a El mismo se lo hacemos. Ver a Dios en la celebración de los 
sacramentos, en sus imagenes, en la iglesia, en el Sagrario, en su 
Palabra, etc..., quizás nos resulte mucho más fácil, y hasta cómodo, 
pero ver a Dios en el prójimo a lo mejor nos cuesta muchísimo. El ser 
humano es en cierta medida un sacramento porque nos hace presente al 
mismo Cristo. El lo ha dicho, lo que hicisteis con uno de estos, mis 
humildes hermanos, conmigo lo hicisteis e igualmente lo que dejamos de 
hacer. Ese mismo Jesús al que nos dirigimos en la oración, al que 
veneramos en la Eucaristía, al que honramos y alabamos, al que rodeamos 
de delicadeza y hasta de riqueza, cuidando sus templos, vistiendo sus 
altares, ornamentando sus tabernáculos, etc..., es el mismo Cristo que 
quizás está sentado a la puerta pidiendo limosna, sucio, desnudo, 
maloliente, muerto de frío, avergonzado, rehuido, ... El hombre es 
también el templo vivo de Dios, ¿no deberíamos cuidar igualmente este 
templo? Es más, deberíamos cuidar sobre todo y en primer lugar el templo
 formado por las piedras vivas, y después los templos de piedras 
muertas. Decía San Juan Crisóstomo esto mismo. No os recrimino ese 
cuidado del Señor y del templo, pero no olvidemos cuidar de igual manera
 al Señor presente en los más humildes y necesitados, allí también está 
presente Cristo, El nos lo ha dicho en el Evangelio. Ver a Dios en el 
hermano es la prueba de hasta dónde ha llegado nuestro amor al Señor, y 
nuestro conocimiento de El. Verlo no sólo en el que nos agrada o nos cae
 bien, en el compañero o el amigo, en el esposo o la esposa, en los 
hijos, en los vecinos, ... Verlo en aquel mendigo que nos importuna 
quizás con malos modos, en el borracho, en el pobre, en el drogadicto, 
en el trastornado, en el preso, en el inmigrante, en aquel que quizás 
huele mal y va sucio, en el enfermo, en el anciano, en el minusválido, 
etc..., en todos ellos está presente Cristo. ¡Qué misterio más grande! 
Ellos son sacramento de Dios, sacramento del hombre. ¿Sabremos ver al 
Señor en ellos? Esta Cuaresma es un tiempo de gracia para pedirle al 
Señor que lo sepamos descubrir en los más humildes y sencillos, y que 
igual que lo veneramos en sus sacramentos, lo veneremos igualmente en 
ellos. No dejemos a Cristo solo y abandonado, pobre, desnudo, enfermo, 
encarcelado, tirado en la calle, sucio y maloliente, hambriento y 
sediento, olvidado, despreciado, evitado, ... Señor, ¡cuántas veces he 
pasado de largo ante Tí! ¡Cuántas me he refugiado en el templo 
olvidándome de Tí! Dame el saber verte en el prójimo y recibirte en este
 "octavo sacramento", el sacramento del hombre. P. Alonso"
"Jesús
 en el Evangelio nos dice que lo que hacemos al más humilde de sus 
hermanos, a El mismo se lo hacemos. Ver a Dios en la celebración de los 
sacramentos, en sus imagenes, en la iglesia, en el Sagrario, en su 
Palabra, etc..., quizás nos resulte mucho más fácil, y hasta cómodo, 
pero ver a Dios en el prójimo a lo mejor nos cuesta muchísimo. El ser 
humano es en cierta medida un sacramento porque nos hace presente al 
mismo Cristo. El lo ha dicho, lo que hicisteis con uno de estos, mis 
humildes hermanos, conmigo lo hicisteis e igualmente lo que dejamos de 
hacer. Ese mismo Jesús al que nos dirigimos en la oración, al que 
veneramos en la Eucaristía, al que honramos y alabamos, al que rodeamos 
de delicadeza y hasta de riqueza, cuidando sus templos, vistiendo sus 
altares, ornamentando sus tabernáculos, etc..., es el mismo Cristo que 
quizás está sentado a la puerta pidiendo limosna, sucio, desnudo, 
maloliente, muerto de frío, avergonzado, rehuido, ... El hombre es 
también el templo vivo de Dios, ¿no deberíamos cuidar igualmente este 
templo? Es más, deberíamos cuidar sobre todo y en primer lugar el templo
 formado por las piedras vivas, y después los templos de piedras 
muertas. Decía San Juan Crisóstomo esto mismo. No os recrimino ese 
cuidado del Señor y del templo, pero no olvidemos cuidar de igual manera
 al Señor presente en los más humildes y necesitados, allí también está 
presente Cristo, El nos lo ha dicho en el Evangelio. Ver a Dios en el 
hermano es la prueba de hasta dónde ha llegado nuestro amor al Señor, y 
nuestro conocimiento de El. Verlo no sólo en el que nos agrada o nos cae
 bien, en el compañero o el amigo, en el esposo o la esposa, en los 
hijos, en los vecinos, ... Verlo en aquel mendigo que nos importuna 
quizás con malos modos, en el borracho, en el pobre, en el drogadicto, 
en el trastornado, en el preso, en el inmigrante, en aquel que quizás 
huele mal y va sucio, en el enfermo, en el anciano, en el minusválido, 
etc..., en todos ellos está presente Cristo. ¡Qué misterio más grande! 
Ellos son sacramento de Dios, sacramento del hombre. ¿Sabremos ver al 
Señor en ellos? Esta Cuaresma es un tiempo de gracia para pedirle al 
Señor que lo sepamos descubrir en los más humildes y sencillos, y que 
igual que lo veneramos en sus sacramentos, lo veneremos igualmente en 
ellos. No dejemos a Cristo solo y abandonado, pobre, desnudo, enfermo, 
encarcelado, tirado en la calle, sucio y maloliente, hambriento y 
sediento, olvidado, despreciado, evitado, ... Señor, ¡cuántas veces he 
pasado de largo ante Tí! ¡Cuántas me he refugiado en el templo 
olvidándome de Tí! Dame el saber verte en el prójimo y recibirte en este
 "octavo sacramento", el sacramento del hombre. P. Alonso" lunes, 29 de octubre de 2012
AMA A TU PROJIMO COMO A TI MISMO
 "Jesús
 en el Evangelio nos dice que lo que hacemos al más humilde de sus 
hermanos, a El mismo se lo hacemos. Ver a Dios en la celebración de los 
sacramentos, en sus imagenes, en la iglesia, en el Sagrario, en su 
Palabra, etc..., quizás nos resulte mucho más fácil, y hasta cómodo, 
pero ver a Dios en el prójimo a lo mejor nos cuesta muchísimo. El ser 
humano es en cierta medida un sacramento porque nos hace presente al 
mismo Cristo. El lo ha dicho, lo que hicisteis con uno de estos, mis 
humildes hermanos, conmigo lo hicisteis e igualmente lo que dejamos de 
hacer. Ese mismo Jesús al que nos dirigimos en la oración, al que 
veneramos en la Eucaristía, al que honramos y alabamos, al que rodeamos 
de delicadeza y hasta de riqueza, cuidando sus templos, vistiendo sus 
altares, ornamentando sus tabernáculos, etc..., es el mismo Cristo que 
quizás está sentado a la puerta pidiendo limosna, sucio, desnudo, 
maloliente, muerto de frío, avergonzado, rehuido, ... El hombre es 
también el templo vivo de Dios, ¿no deberíamos cuidar igualmente este 
templo? Es más, deberíamos cuidar sobre todo y en primer lugar el templo
 formado por las piedras vivas, y después los templos de piedras 
muertas. Decía San Juan Crisóstomo esto mismo. No os recrimino ese 
cuidado del Señor y del templo, pero no olvidemos cuidar de igual manera
 al Señor presente en los más humildes y necesitados, allí también está 
presente Cristo, El nos lo ha dicho en el Evangelio. Ver a Dios en el 
hermano es la prueba de hasta dónde ha llegado nuestro amor al Señor, y 
nuestro conocimiento de El. Verlo no sólo en el que nos agrada o nos cae
 bien, en el compañero o el amigo, en el esposo o la esposa, en los 
hijos, en los vecinos, ... Verlo en aquel mendigo que nos importuna 
quizás con malos modos, en el borracho, en el pobre, en el drogadicto, 
en el trastornado, en el preso, en el inmigrante, en aquel que quizás 
huele mal y va sucio, en el enfermo, en el anciano, en el minusválido, 
etc..., en todos ellos está presente Cristo. ¡Qué misterio más grande! 
Ellos son sacramento de Dios, sacramento del hombre. ¿Sabremos ver al 
Señor en ellos? Esta Cuaresma es un tiempo de gracia para pedirle al 
Señor que lo sepamos descubrir en los más humildes y sencillos, y que 
igual que lo veneramos en sus sacramentos, lo veneremos igualmente en 
ellos. No dejemos a Cristo solo y abandonado, pobre, desnudo, enfermo, 
encarcelado, tirado en la calle, sucio y maloliente, hambriento y 
sediento, olvidado, despreciado, evitado, ... Señor, ¡cuántas veces he 
pasado de largo ante Tí! ¡Cuántas me he refugiado en el templo 
olvidándome de Tí! Dame el saber verte en el prójimo y recibirte en este
 "octavo sacramento", el sacramento del hombre. P. Alonso"
"Jesús
 en el Evangelio nos dice que lo que hacemos al más humilde de sus 
hermanos, a El mismo se lo hacemos. Ver a Dios en la celebración de los 
sacramentos, en sus imagenes, en la iglesia, en el Sagrario, en su 
Palabra, etc..., quizás nos resulte mucho más fácil, y hasta cómodo, 
pero ver a Dios en el prójimo a lo mejor nos cuesta muchísimo. El ser 
humano es en cierta medida un sacramento porque nos hace presente al 
mismo Cristo. El lo ha dicho, lo que hicisteis con uno de estos, mis 
humildes hermanos, conmigo lo hicisteis e igualmente lo que dejamos de 
hacer. Ese mismo Jesús al que nos dirigimos en la oración, al que 
veneramos en la Eucaristía, al que honramos y alabamos, al que rodeamos 
de delicadeza y hasta de riqueza, cuidando sus templos, vistiendo sus 
altares, ornamentando sus tabernáculos, etc..., es el mismo Cristo que 
quizás está sentado a la puerta pidiendo limosna, sucio, desnudo, 
maloliente, muerto de frío, avergonzado, rehuido, ... El hombre es 
también el templo vivo de Dios, ¿no deberíamos cuidar igualmente este 
templo? Es más, deberíamos cuidar sobre todo y en primer lugar el templo
 formado por las piedras vivas, y después los templos de piedras 
muertas. Decía San Juan Crisóstomo esto mismo. No os recrimino ese 
cuidado del Señor y del templo, pero no olvidemos cuidar de igual manera
 al Señor presente en los más humildes y necesitados, allí también está 
presente Cristo, El nos lo ha dicho en el Evangelio. Ver a Dios en el 
hermano es la prueba de hasta dónde ha llegado nuestro amor al Señor, y 
nuestro conocimiento de El. Verlo no sólo en el que nos agrada o nos cae
 bien, en el compañero o el amigo, en el esposo o la esposa, en los 
hijos, en los vecinos, ... Verlo en aquel mendigo que nos importuna 
quizás con malos modos, en el borracho, en el pobre, en el drogadicto, 
en el trastornado, en el preso, en el inmigrante, en aquel que quizás 
huele mal y va sucio, en el enfermo, en el anciano, en el minusválido, 
etc..., en todos ellos está presente Cristo. ¡Qué misterio más grande! 
Ellos son sacramento de Dios, sacramento del hombre. ¿Sabremos ver al 
Señor en ellos? Esta Cuaresma es un tiempo de gracia para pedirle al 
Señor que lo sepamos descubrir en los más humildes y sencillos, y que 
igual que lo veneramos en sus sacramentos, lo veneremos igualmente en 
ellos. No dejemos a Cristo solo y abandonado, pobre, desnudo, enfermo, 
encarcelado, tirado en la calle, sucio y maloliente, hambriento y 
sediento, olvidado, despreciado, evitado, ... Señor, ¡cuántas veces he 
pasado de largo ante Tí! ¡Cuántas me he refugiado en el templo 
olvidándome de Tí! Dame el saber verte en el prójimo y recibirte en este
 "octavo sacramento", el sacramento del hombre. P. Alonso" 
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