martes, 16 de abril de 2013

QUITANDO PESO A NUESTRAS MOCHILAS


Cuántos de nosotros hemos sentido en más de una ocasión haber estado en un lugar o haber vivido un momento como si ya hubiera ocurrido, como un “Déjà vu”. Seguro que no somos pocos.
Quizás sea porque nuestra existencia no es de ahora, tiene ya muchos años.   Y aunque esto parezca complicado, entenderlo nos simplifica la vida.
¿Qué somos sino el producto de lo que traemos? Qué fuimos sino el producto de lo que somos?
Cuántos de nosotros quisiéramos retroceder en el tiempo para sacarle un beso más a nuestro padre, sacarle una lágrima de felicidad a nuestra madre, completar aquello que no pudimos concluir, evitar aquello que no debió ocurrir. Si alguien nos dijera hoy que podríamos voltear nuestra mirada y no desanimarnos por nuestro pasado porque hoy le daremos alivio, nos  parecería una ficción.
Quizás hoy no solamente nos veamos reflejados en la sonrisa de un niño, sino que la encontremos muy familiar. Ese carisma podría no ser algo casual. Y porque la casualidad no existe, podríamos intentar reconocer a esa persona que en forma amigable y desinteresada nos ofrece su mano y nos introduce en vivencias llenas de virtud y de amor. La vida nos ofrece siempre una oportunidad más para encontrarnos con ese niño, con esa mujer, con esa persona a quien no le agradecimos, no le pedimos perdón, no le perdonamos lo suficiente.
Quizás aquel que está a nuestro lado y no lo reconocemos, sea como ese “hilo” que faltaba en ese manto que venimos tejiendo hace mucho tiempo, ese hilo tan especial…
Solemos escuchar frases como “el mundo es un pañuelo” y tiene mucho sentido.
Reconocer que no sólo somos materia,  nos introduce en un estado lleno de conocimiento. Aceptar que además somos seres espirituales nos permite entender. Entender que las cosas pasan por algo, entender que ayer estuvimos juntos y que hoy nos reencontramos, entender que nuestra proyección llega a todos los confines de la Tierra, entender que entramos a una dimensión sin límites, entender que una buena acción que hagamos hoy,  mañana la veremos multiplicada por 100, por 1,000 o por mucho más, entender la Obra de Dios.
Y para entender la Obra de Dios, sólo tenemos que contraernos y mirarnos a nosotros mismos. Mirar, oler, palpar, vibrar, sentir a través de nuestra propia esencia, de la conexión que tenemos con nuestro Creador.
Es que al soltarnos y liberarnos, nos dejamos llevar por esa voz interna que no es más que esa línea de comunicación que Dios mantiene con nosotros para hablarnos, aconsejarnos, mimarnos, cuidarnos, para que nada malo nos pase. Sin embargo nosotros nos empeñamos en entorpecer ese hilo, en hacer oídos sordos a su mensaje, a acomodarnos a lo establecido, a no cuestionar nada, a no despertar nuestros sentidos, a no entrar en nuevos estados, a no evolucionar.
Quizás hoy tengamos que responder por las ofensas de ayer. Quizás las ofensas de hoy las llevaremos al mañana. Bueno, de cualquier forma, si estamos atentos y somos observadores, podremos dar lectura a esas respuestas. Todo tiene una correlación. Una cosa trae la otra y hoy nosotros tenemos la bendición de corregir y subsanar.
No podemos permitir que estos hechos ocurridos ayer interfieran nuestra felicidad de mañana, no podemos llevar tanta carga, no podemos hipotecar nuestro futuro.
No nos olvidemos que un error que traemos del pasado no sólo lo llevaremos en nuestra conciencia. Podría pesar mucho, pero sobre todo podría replicar en nuestra materia. Y el día de mañana no podremos respondernos a tantas interrogantes sobre sufrimientos, enfermedades o estigmas; que pretenderemos llamarlas erróneamente “karma”o justificarlas dándole cualquier nombre y explicación, por no encontrarle su verdadero origen.
Si pudiéramos liberar nuestra mochila de tanta carga inútil, podríamos no sólo revertir todo ese sufrimiento, sino que nos quitaríamos peso, podríamos ser libres, podríamos volar, podríamos ser uno con la naturaleza, pero por sobre todo, podríamos “SER”.

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