sábado, 4 de junio de 2011

PAULINA JARICOD


Año dedicado a Paulina Jaricot, 9 de enero de 2010 al 9 de enero de 2011
La venerable Paulina María Jaricot, fundadora de la Obra de la Propagación de la Fe en el año 1822, es un testimonio de compromiso misionero siempre actual, que nos anima e interpela como Iglesia misionera hoy.
El Papa León XIII escribió de ella: «por su fe, su confianza, su fuerza de espíritu, su dulzura y la aceptación serena de todas sus cruces», Paulina demostró ser una verdadera discípula de Cristo. Paulina ha hecho vida lo que afirma el Magisterio de la Iglesia: De los que viven en Cristo se espera un testimonio muy creíble de santidad y compromiso (DA 352).
Un año dedicado a profundizar en su vida, su mensaje y gestos concretos, nos puede ayudar a asumir un mayor compromiso con la misión de toda la Iglesia como discípulos misioneros de Jesús. Ella, discípula misionera de Jesús como cada uno de los bautizados, no necesitó de grandes cosas para ponerse en camino en el anuncio del Evangelio; sino que como Pablo habiendo sido alcanzada por Cristo, se lanzó hacia delante ( Flp. 3, 12 - 15).
Al ver a la multitud sintió compasión de quienes aún no conocían a Cristo y de los más pobres. Comprendió que era necesario hacer algo por ellos, algo concreto y con prontitud. Se trataba de dar gratuitamente lo que gratuitamente hemos recibido, de darse. Este compromiso con el anuncio de la Buena Noticia debía ser fruto del amor ( 1Cor. 13, 3-7).
Tuvo una mirada grande y generosa que la impulsaba a ir a la otra orilla (DA 376), sin descargar en unos pocos enviados el compromiso que es de toda la comunidad cristiana ( DA 379).
Además de esta solicitud por la misión ad gentes, se dedicó a evangelizar a los miles de obreros de su región, dándose cuenta de las dificultades por las que pasaban por ser trabajadores simples.
Para Paulina la misión hacia dentro, en el propio ambiente, era signo creíble, al mismo tiempo que estimulo para la misión ad gentes y viceversa. Es decir no se podía ser misioneros ad gentes, pensando solamente en los no cristianos de otros países o continentes, sin antes preocuparse seriamente de los no cristianos en su propio ambiente (. Rmi, 34).
Trató de poner por obra un proyecto social fundado en los valores cristianos, para instaurar la justicia en el mundo del trabajo. Sus intentos fracasaron en ese momento y fueron causa de grandes sufrimientos y humillaciones durante los últimos años de vida de Paulina, pero prepararon providencialmente el camino de una renovación en el compromiso social de la Iglesia, desarrollada en la encíclica Rerum novarum de León XIII.
Siendo el Espíritu Santo el protagonista de la misión (cf. Rmi 21), fácilmente podemos darnos cuenta que la fuerza, entusiasmo e impulso misionero de Paulina no podía surgir de otra fuente que no fuera el encuentro personal con Jesús. Paulina sabía que la clave era recomenzar cada día desde Cristo (cf. DA 12). La iniciativa de un «rosario viviente», misionero, además de evidenciar su gran amor a la Virgen, la gran misionera, continuadora de la misión de su Hijo y formadora de misioneros ( DA 269) muestra su compromiso concreto con las misiones y los misioneros de todo el mundo a través de la oración.
Configurarse con Cristo era su gran deseo, el ideal de su vida, por eso repetía que quería convertirse en una Eucaristía Viviente. Para configurarse verdaderamente con el Maestro, debía asumir la centralidad del Mandamiento del amor. Un amor con la medida de Jesús, de total don de sí, caracterizado por un testimonio de caridad fraterna como primero y principal anuncio de Cristo ( DA 138). Paulina sabía por experiencia que el lugar privilegiado de encuentro del discípulo con Jesucristo es la Eucaristía. Allí estaba la fuente inagotable de su impulso misionero, allí el Espíritu Santo fortalecía su identidad de discípula misionera ( DA 251). Quienes la conocieron y han tenido un trato cercano con ella, como lo fue el Cura de Ars, testimonian que vivió como una Eucaristía Viviente, que se configuró con el Maestro: Conozco a alguien con cruces muy grandes y pesadas, y que las lleva con gran amor: es la señorita Jaricot.1
Al poner de relieve la figura de Paulina Jaricot, en un año dedicado especialmente a profundizar en su vida y obra, podemos encontrarnos con la sencillez de su corazón, su intrepidez y entrega a los demás por amor. Evidentemente su fuerza y ardor misionero en el servicio, sobre todo a los más pobres, provenía de su profundo amor a Jesús. El encuentro con esta mujer nos debería impulsar a una amistad cada vez mayor con Jesús Eucaristía, hasta que como San Pablo sintamos en nuestro interior la necesidad de darlo a conocer a todos Si anuncio el Evangelio, no lo hago para gloriarme: al contrario, es para mí una necesidad imperiosa. ¡Ay de mí si no predicara el Evangelio! (1Cor. 9,16)
El testimonio de Paulina nos recuerda que la misión comienza en el encuentro con Cristo, para después darlo a conocer a los demás, comenzando con aquellos con quienes convivo día a día en mi propio ambiente.
La vida de Paulina Jaricot, es una fuerte invitación a promover el espíritu misionero y el compromiso con la misión. Un compromiso que tiene su punto de partida en la oración, para después dar gratuitamente lo que gratuitamente hemos recibido poniéndonos al servicio de los demás. El amor es creativo, como lo podemos ver en la vida y obra de Paulina, y seguramente cuanto más unidos estemos a Jesús, con más claridad podremos ver el modo concreto de comprometernos con la misión universal de toda la Iglesia.
Los numerosos misioneros dispersos en los cinco continentes, son expresión concreta de ese amor a Jesús que se traduce en obras y que permite a tantos otros encontrarse con el Evangelio, con Jesús mismo. No podemos permanecer indiferentes viendo los esfuerzos y sacrificios, la entrega y el cariño de estos hombres y mujeres que un día sintieron que ya no podían callar lo que habían visto y oído (cf. Hech. 4, 20), aún en situaciones de graves conflictos o en momentos de peligro. Tantos que como Paulina Jaricot no quisieron vivir solamente para ellos mismos, y un día decidieron darlo todo por el anuncio del Evangelio, al estilo de Jesús que amó hasta el extremo de darlo todo.
Podemos afirmar que la estrategia de Paulina para cooperar con las misiones, nos habla de una mujer práctica, y de una mirada grande, capaz de ver toda la Iglesia y de trabajar codo a codo con otros. El Rosario Viviente con el que comprometía a muchos otros a rezar por las misiones, la colecta misionera en la que involucraba a otros, nos hablan de una mentalidad abierta, decidida, tenaz y sobre todo de un estilo de vida donde es esencial compartir, ser solidarios y vivir la comunión. Su capacidad de acogida, enriqueció la dimensión materna de la Iglesia misionera, muy especialmente en su testimonio de atención a los más pobres de la tierra.
En este año dedicado a Paulina Jaricot, detengamos a reflexionar en la actualidad de su mensaje y renovemos nuestro compromiso con Jesús y el anuncio de su Evangelio.
Los pobres desgraciados tienen hambre, y yo no puedo desentenderme (A su hermano Pablo Jaricot, en Nápoles. Lyón, 13 de septiembre de 1817)
Es el mismo Papa Benedicto XVI quien nos ha invitado a una misión evangelizadora que convoque todas las fuerzas vivas de este inmenso rebaño que es Pueblo de Dios en América Latina y El Caribe: sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos que se prodigan, muchas veces con inmensas dificultades, para la difusión de la verdad evangélica. Es un afán y anuncio misioneros que tiene que pasar de persona a persona, de casa en casa, de comunidad a comunidad. En este esfuerzo evangelizador - prosigue el Santo Padre -, la comunidad eclesial se destaca por las iniciativas pastorales, al enviar, sobre todo entre las casas de las periferias urbanas y del interior, sus misioneros, laicos o religiosos, buscando dialogar con todos en espíritu de comprensión y de delicada caridad. Esa misión evangelizadora abraza con el amor de Dios a todos y especialmente a los pobres y los que sufren. Por eso, no puede separarse de la solidaridad con los necesitados y de su promoción humana integral: Pero si las personas encontradas están en una situación de pobreza – nos dice aún el Papa - es necesario ayudarlas, como hacían las primeras comunidades cristianas, practicando la solidaridad, para que se sientan amadas de verdad. El pueblo pobre de las periferias urbanas o del campo necesita sentir la proximidad de la Iglesia, sea en el socorro de sus necesidades más urgentes, como también en la defensa de sus derechos y en la promoción común de una sociedad fundamentada en la justicia y en la paz. Los pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio y un obispo, modelado según la imagen del Buen Pastor, debe estar particularmente atento en ofrecer el divino bálsamo de la fe, sin descuidar el ‘pan material (DA 550)
El cielo, este cielo tan bello, será nuestra recompensa, siempre que sólo Dios sea el móvil de nuestra caridad. (A su hermano Pablo Jaricot, en Nápoles. Lyón, 13 de septiembre de 1817)
Dice san Juan de la Cruz, y lo repetirá santa Teresa del Niño Jesús, que Dios no necesita nuestras obras, sino nuestro amor. En aquel tiempo, habiéndose enterado los fariseos de que Jesús había dejado callados a los saduceos, se acercaron a Él. Uno de ellos, que era doctor de la ley, le preguntó para ponerlo a prueba: "Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la ley? Jesús le respondió: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el más grande y el primero de los mandamientos. Y el segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. En estos dos mandamientos se fundan toda la ley y los profetas (Mateo 22, 34-40)
Dios bendice a los que ayudan a los pobres y reprueba a los que se niegan a hacerlo: a quien te pide da, al que desee que le prestes algo no le vuelvas la espalda (Mt, 5,42). Ustedes han recibido gratuitamente, den gratuitamente (Mt 10,8). Jesucristo reconocerá a sus elegidos en lo que hayan hecho por los pobres (cf. Mt 25, 31-36)
La Buena Nueva anunciada a los pobres (Mt 11, 5; Lc 4, 18) es el signo de la presencia de Cristo (Catecismo de la Iglesia Católica 2443)
El que ama a Dios debe amar también a su hermano (1 Jn 4,21). En estos dos mandamientos se encierra la Ley y los Profetas (Mt 22, 40). Y la plenitud de la ley es el amor (Rm 13,10). Podemos citar también a Francisco de Sales que decía: En la Iglesia todo es amor; todo vive en el amor, para el amor y del amor. En el discurso de clausura del Concilio Vaticano II, el Papa Pablo VI declaró que la Iglesia amaba el mundo.
Gracias a mi divino Esposo al que con frecuencia le pedía que me mandara dinero; El se ha servido de ti para ser el instrumento de su tierna misericordia en favor de los desgraciados que estaban sin recursos y que ni yo misma conocía. (Al Señor Pablo Jaricot, en Nápoles. Lyón, 2 de noviembre de 1817)
«...es oportuno quizás volver sobre aspectos y problemáticas ya afrontadas, pero tan importantes que requieren siempre nueva atención. Es el caso del tema que he elegido para el Mensaje de este año: Combatir la pobreza, construir la paz. Un tema que se presta a un doble orden de consideraciones, que ahora puedo solo señalar brevemente. Por una parte, la pobreza elegida y propuesta por Jesús, por otra la pobreza que hay que combatir para hacer al mundo más justo y solidario».
El primer aspecto encuentra su contexto ideal en estos días, en el tiempo de Navidad. El nacimiento de Jesús en Belén nos revela que Dios eligió la pobreza para sí mismo en su venida en medio de nosotros. La escena que los pastores vieron en primer lugar, y que confirmó el anuncio que les hizo el ángel, es la de un establo donde María y José habían buscado refugio, y de un pesebre en el que la Virgen había colocado al Recién Nacido envuelto en pañales ( Lc 2,7.12.16). Esta pobreza ha sido elegida por Dios. Quiso nacer así -pero podríamos añadir en seguida que quiso vivir y también morir así. ¿Por qué? Lo explica en términos populares san Alfonso María de Ligorio, en un cántico navideño, que conocen todos en Italia: A Ti, que eres del mundo el Creador, faltan vestidos y fuego, o mi Señor. Querido niño, cuánto más me enamora esta pobreza, ya que te hizo pobre aún de amor. He aquí la respuesta: el amor por nosotros a empujado a Jesús no sólo a hacerse hombre, sino a hacerse pobre. En esta misma línea podemos citar la expresión de san Pablo en la segunda Carta a los Corintios: Conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza (8,9).
Testigo ejemplar de esta pobreza por amor es san Francisco de Asís. El franciscanismo, en la historia de la Iglesia y de la civilización cristiana, constituye una difundida corriente de pobreza evangélica, que tanto bien ha hecho y sigue haciendo a la Iglesia y a la familia humana. Volviendo a la estupenda síntesis de san Pablo sobre Jesús, es significativo -también para nuestra reflexión de hoy- que haya sido inspirada al Apóstol precisamente mientras estaba exhortando a los cristianos de Corinto a ser generosos en la colecta a favor de los pobres. Él explica: No que paséis apuros para que otros tengan abundancia, sino con igualdad (8,13).
Este es un punto decisivo, que nos hace pasar al segundo aspecto: hay una pobreza, una indigencia, que Dios no quiere y que hay que combatir -como dice el tema de la Jornada Mundial de la Paz de hoy; una pobreza que impide a las personas y a las familias vivir según su dignidad; una pobreza que ofende a la justicia y a la igualdad y que, como tal, amenaza la convivencia pacífica. En esta acepción negativa entran también las formas de pobreza no material que se encuentran incluso en las sociedades ricas o desarrolladas: marginación, miseria relacional, moral y espiritual (cf. Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2008, 2).
En mi mensaje he querido, una vez más. En la estela de mis Predecesores, considerar atentamente el complejo fenómeno de la globalización para valorar sus relaciones con la pobreza a gran escala. Frente a plagas difundidas como las enfermedades pandémicas, la pobreza de los niños y la crisis alimentaria, he debido por desgracia volver a denunciar la inaceptable carrera de armamento. Es oportuno entonces intentar establecer un círculo virtuoso entre la pobreza que elegir y la pobreza que combatir.
Aquí se abre una vía fecunda de frutos para el presente y para el futuro de la humanidad, que se podría resumir así: para combatir la pobreza inicua, que oprime a tantos hombres y mujeres y amenaza la paz de todos, es necesario redescubrir la sobriedad y la solidaridad, como valores evangélicos y al mismo tiempo universales. Más concretamente, no se puede combatir eficazmente la miseria, si no se hace lo que escribe san Pablo a los Corintios, es decir, si no se intenta hacer igualdad, reduciendo el desnivel entre quien derrocha lo superfluo y quien no tiene siquiera lo necesario. Esto comporta elecciones de justicia y de sobriedad, elecciones por otra parte obligadas por la exigencia de administrar sabiamente los limitados recursos de la tierra.
Cuando afirma que Jesucristo nos ha enriquecido con su pobreza, san Pablo nos ofrece una indicación importante solo desde el punto de vista teológico, sino también en el plano sociológico. No en el sentido de que la pobreza sea un valor en sí mismo, sino porque es condición para realizar la solidaridad. Cuando Francisco de Asís se despoja de sus bienes, hace una elección de testimonio inspirada directamente por Dios, pero al mismo tiempo muestra a todos el camino de la confianza en la Providencia. Así, en la Iglesia, el voto de pobreza es el compromiso de algunos, pero nos recuerda a todos, la exigencia de no apegarse a los bienes materiales y el primado de las riquezas del espíritu.
Queridos hermanos y hermanas, pienso que la Virgen María se hizo más de una vez esta pregunta: ¿Por qué Jesús quiso nacer de una chica sencilla y humilde como yo? Y después, ¿por qué ha querido venir al mundo en un establo y tener como primera visita la de los pastores de Belén? La respuesta María la tuvo plenamente al final, tras haber puesto en el sepulcro el cuerpo de Jesús, muerto y envuelto en lienzos (cf. Lc 23,53). Entonces comprendió plenamente el misterio de la pobreza de Dios. Comprendió que Dios se había hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza llena de amor, para exhortarnos a frenar la voracidad insaciable que suscita luchas y divisiones, para invitarnos a frenar el ansia de poseer y a estar así disponibles a compartir y a la acogida recíproca. (cf. Homilía del Papa Benedicto XVI, durante la Misa de la Solemnidad de María Santísima Madre de Dios, Jornada Mundial de la Paz, celebrada en la Basílica de san Pedro, el jueves 1 de enero de 2009).
Te advierto que siguiendo el consejo de la Sra. Perrin, he comprado una clase de tela - de la que no recuerdo el nombre - tanta cuanto he necesitado, para nuestros pobres, que sentían ya vivamente el frío. (Al Señor Pablo Jaricot, en Nápoles. Lyón, 2 de noviembre de 1817)
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