El respeto por la naturaleza es inseparable de la actitud de las personas con el mundo. Es un tema global y no puede entenderse como un tema ético aislado.
El respeto por la naturaleza es, en primer lugar, una cuestión de sentido común. Es evidente que estamos destruyendo la naturaleza, es decir, el sostén de nuestras vidas. En un plazo de pocas décadas estará en juego la vida de millones de especies, incluida la nuestra. Por consiguiente, respetar la naturaleza es una cuestión de supervivencia.
El mundo contemporáneo tiene muchos medios para abstraerse de la realidad inmediata (la televisión, el fútbol, etc.). de la lectura de los titulares de los periódicos podríamos deducir que la crisis ecológica no es una cuestión urgente, por más que los accidentes de petroleros o de centrales nucleares aparezcan de vez en cuando en la prensa. No obstante, ocasionalmente los medios de comunicación citan informes, estudios o declaraciones que reconocen la gravedad de la situación.
No solemos darnos cuenta de la mayoría de la agresiones que hacemos en la naturaleza. Vivimos en una sociedad cuyos pilares son la producción y el consumo ilimitados. Tendemos a pensar que más consumo significa más felicidad; es evidente que por debajo de cierto nivel de pobreza es prácticamente imposible tener una vida digna, pero una vez satisfechas nuestras necesidades básicas, el aumento del consumo no tiene que nada que ver con el bienestar o la felicidad. Ahora bien, el mundo contemporáneo tiene una especie de adición al consumo: siempre queremos más cosas, más novedades. Quien paga esto es, por una parte, la naturaleza y por otra, los países del sur, países cuya pobreza es la base de nuestra riqueza. Además este modelo no es generalizable, porque, por ejemplo, si toda la humanidad tuviera la media de automóviles europea la atmósfera se destruiría.
Si queremos respetar la naturaleza tenemos que encontrar, individual y colectivamente otro estilo de vida. No sólo se impone consumir productos más ecológicos, también hay que consumir menos. Esto no significa imponer un modo de vida ascético ni volver a estructuras primitivas, pero sí implica renunciar al sueño, a la pesadilla, del progreso material ilimitado y encontrar pautas de vida más sencillas y dignas, aprovechando las ventajas de la tecnología pero sin dejar que éstas nos deslumbren.
En última instancia, el respeto por la naturaleza es una cuestión de percepción. No podemos respetar a la naturaleza si no nos podemos respetar a nosotros mismos. La actual cultura occidental es la única que ha concebido la naturaleza y el cuerpo como mecanismos (Descartes los consideraba una suerte de relojes, hoy en día se habla de la naturaleza y el cuerpo en términos informáticos). Si exceptuamos el Occidente de los últimos siglos, todas las culturas de la historia han entendido el mundo como un gran organismo, algo vivo que no depende de nosotros, sino que nosotros dependemos de él. En el Renacimiento, por ejemplo, se consideraba que el mundo era un animal cósmico y se hablaba de la anima mundi, el alma del mundo, con las que todos estábamos vinculados. En el fondo, no llegaremos a respetar realmente la naturaleza hasta que aprendamos a verla como un ser vivo, animado, hasta que no nos demos cuenta de que nosotros también somos naturaleza, naturaleza que camina, respira y habla
No hay comentarios:
Publicar un comentario