Cómo médico dedicado al cuidado  de los niños, tengo la fortuna de experimentar a diario la  extraordinaria energía, fortaleza y fe de los físicamente más frágiles  entre nosotros. Uno de tales casos tiene que ver con Bobby, un niño de  cinco años a quien le habían diagnosticado leucemia cuando apenas tenía  cuatro.  El cáncer de Bobby  había sido controlado, ya no padecía de esta enfermedad, y había venido  al hospital para someterse a una serie de pruebas.  
Bobby tenía ojos de un azul muy intenso y una tímida sonrisa que a  primera vista no revelaba la sabiduría que había adquirido durante ese  año de lucha contra el cáncer. Él había perdido todo el cabello como  consecuencia de la quimioterapia, que muchas veces lo dejaba nauseabundo  y sin ganas de comer. Había pasado por numerosos procedimientos y  tratamientos dolorosos y este día no era la excepción.
Sabía exactamente lo que le esperaba, ya había pasado por lo mismo  antes. Le expliqué lo que íbamos a hacer, y por qué, y la importancia de  que permaneciera muy quieto. Bobby me aseguró que no se movería, y me  prometió que las enfermeras y tecnólogos que lo atendían no iban a tener  que sujetarlo a la camilla.
Antes de empezar, Bobby preguntó:
- Dr. Brown, ¿está bien si recito el salmo 23 mientras me pincha?
- Por supuestos, me parece bien -le dije y comenzamos nuestra labor.
Bobby recitó bellamente, sin derramar ninguna lágrima ni moverse. El  procedimiento se realizó sin contratiempos. Bobby, con su tierna  sabiduría, trataba de tranquilizarme:
- Dr. Brown, eso realmente no me dolió mucho.
Todos sabíamos que sí le había dolido. Entonces Bobby me tomó por sorpresa cuando preguntó:
- ¿ Dr. Brown, se sabe usted el salmo 23?
- Claro que sí, respondí.
- ¿ Puede decirlo de memoria como yo ? -se dirigió a mí, mostrándose un poco dubitativo.
- Vaya, no estoy seguro, pero creo que puedo hacerlo -le dije, al percatarme de que no tenía escapatoria.
- Entonces recítelo en frente de todos -señaló Bobby.
Comencé a pronunciar el salmo equivocándome en cada verso. Mi  interpretación fue bastante pobre comparada con la de Bobby, y eso que  yo no tenía ninguna aguja clavada en la espalda. Me di cuenta que todos  los profesionales de delantal blanco que estaban en la sala trataban de  escabullirse por miedo a ser los próximos invitados a recitar, una  posibilidad mucho más aterradora que la de actuar ante un gran  auditorio.
El encantador y calvo Bobby nos dijo a todos:
- Saben, ustedes deberían aprenderse el salmo 23 de memoria, porque  cuando uno lo recita en voz alta, Dios te escucha y reconforta tu  corazón todas las veces que no puedes ser fuerte por ti mismo.
 …Puesto que el reino de Dios pertenece a aquéllos que depositan su confianza en él
 
 

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