Autor:      Padre Ignacio Larrañaga
Padre mío, ahora que las voces se     silenciaron y los clamores se apagaron, aquí al pie de la cama mi alma se     eleva hasta Tí para decirte:
Creo en Tí, espero en Tí, te amo con todas mis fuerzas. Gloria a Tí, Señor.
Creo en Tí, espero en Tí, te amo con todas mis fuerzas. Gloria a Tí, Señor.
Deposito en tus manos la fatiga y la     lucha, las alegrías y desencantos de este día que quedó atrás. Si los     nervios me traicionaron, si los impulsos egoístas me dominaron, si di     entrada al rencor o a la tristeza, ¡perdón, Señor! Ten piedad de mí.
Si he sido infiel, si pronuncié     palabras vanas, si me dejé llevar por la impaciencia, si fui espina para     alguien ¡perdón, Señor! No quiero esta noche entregarme al sueño sin     sentir sobre mi alma la seguridad de tu misericordia, tu dulce misericordia     enteramente gratuita, Señor.
Te doy gracias, Padre mío, porque has     sido la sombra fresca que me ha cobijado durante todo este día. Te doy     gracias porque, invisible, cariñoso, envolvente, me has cuidado como una     madre, a lo largo de estas horas.
     Señor, a mi derredor ya todo es     silencio y calma. Envía el Angel de la Paz a esta casa. Relaja mis nervios,     sosiega mi espíritu, suelta mis tensiones, inunda mi ser de silencio y     serenidad. Vela sobre mí, Padre querido, mientras me entrego confiado al     sueño, como un niño que duerme feliz en tus brazos. En tu nombre, Señor,     descansaré tranquilo. Así sea.
 
 

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