En la desdentada boca de un cobertizo, y encerrada en una estrecha caseta de can, estaba una perra. Tenía hambre, tenía frío, y en el ambiente no planeaba un solo ruido, ni un murmullo; nada que le acelerara el vigor de la esperanza. ¿Por qué no venía su familia humana? Esa familia a la que ella le diera todo su amor, y en la que esperaba continuar hasta que el hachazo de la muerte marcara la separación. ¿Por qué este silencio? ¿Por qué esta soledad? ¿Qué hacía en esa oscuridad de noche interminable? ¿Ya se habían olvidado de ella? La reclusión la abrumaba, los huesos le dolían y las heridas frenaban la necesidad de movimiento. Aquellos que amaba golpearon impunemente la mansedumbre de su cuerpo amigo. No obstante, sentía añoranza por el tiempo ido, cuando la dicha remaba sin mancha de renuncia. ¿Será que hizo algo muy grave? Pero, ¿su nivel de culpa empañaba los días felices, al punto de cerrarle el acceso al perdón humano? ¡Ah!… si regresaran los recibiría sin rencor y volvería a jugar con ellos. La perra se negaba a aceptar su realidad; fue abandonada y el abandono ponía su suerte en la voluntad de los hombres.
La Policía, con pulso firme abrió la caseta, y ante los ojos sorprendidos de la ley se reflejó la imagen de una perra whimpering, que escondía su recelo detrás de un mirar acobardado. Habíanla encerrado y la dejaron en el silencioso torbellino de la muerte lenta. La pobre respiraba con el miedo asilado en el gesto, la suciedad eclipsando su pelo, y la desnutrición apeándola de cualquier intento de fuga. Su deprimente estado lo describía todo; con ella el maltrato se cerró para dar paso al apogeo de la crueldad. La sacaron al aire libre, y la luz liberadora derivó en rayo turbio de la derrota; en viaje inútil hacia la nada. La piedad ablandó los corazones de los policías, y en decisión hermanada con la premura, la llevaron a Nuneaton Warwickshire Wildlife Sanctuary, dirigido por Greff Grewcock. Un sitio conocido como refugio para animales abandonados, huérfanos o necesitados de atención urgente.
Entró al Centro mirando de reojo; con la desconfianza esquiando en sus costillas. El lugar le resultaba extraño y aquellos que la recibieron manifestábase propensos a poblarla de cariño. Un destello de afecto afloró en su mente, pero la lengua se negó a hacer amistades lamiendo algunas manos.
El personal del santuario se marcó los dos caminos que encausarían el trabajo; restablecer la salud de la perra, y ganar su confianza. Varias semanas de horas lentas y largo aliento fueron testigo del empeño, y el empuje de la insistencia mostró su rostro amable al cuajar con éxito los dos objetivos. También darle un nombre, Jasmine, luego, la gente del sitio se embarcó en la consecuente obligación; buscarle un hogar adoptivo. Mas, en la cabeza de Jasmine bullían otras ideas. Nadie recuerda cómo, pero empezó a cobijar bajo el manto de su cuidado a todos los huéspedes que arribaban al santuario. Sin distinguir entre un cachorro de perro, de zorro, un pájaro, u otro animal recuperado o herido, Jasmine lo acogía y se dedicaba a lamerlo con maternal entrega, sin ceder al cansancio ni darle luz a la tentación del descanso.
Geoff evoca uno de los primeros contactos: "Fue con dos cachorros que habían sido abandonados cerca de una línea de ferrocarril. Uno cruza de Lakeland Terrier, y el otro cruza de Jack Russell Doberman. Eran pequeños cuando ingresaron al centro. Jasmine, al verlos se acercó, y con la boca cogió a uno por encima del cuello y delicadamente lo puso en el sofá. Luego hizo lo mismo con el otro.
El personal del santuario se marcó los dos caminos que encausarían el trabajo; restablecer la salud de la perra, y ganar su confianza. Varias semanas de horas lentas y largo aliento fueron testigo del empeño, y el empuje de la insistencia mostró su rostro amable al cuajar con éxito los dos objetivos. También darle un nombre, Jasmine, luego, la gente del sitio se embarcó en la consecuente obligación; buscarle un hogar adoptivo. Mas, en la cabeza de Jasmine bullían otras ideas. Nadie recuerda cómo, pero empezó a cobijar bajo el manto de su cuidado a todos los huéspedes que arribaban al santuario. Sin distinguir entre un cachorro de perro, de zorro, un pájaro, u otro animal recuperado o herido, Jasmine lo acogía y se dedicaba a lamerlo con maternal entrega, sin ceder al cansancio ni darle luz a la tentación del descanso.
Geoff evoca uno de los primeros contactos: "Fue con dos cachorros que habían sido abandonados cerca de una línea de ferrocarril. Uno cruza de Lakeland Terrier, y el otro cruza de Jack Russell Doberman. Eran pequeños cuando ingresaron al centro. Jasmine, al verlos se acercó, y con la boca cogió a uno por encima del cuello y delicadamente lo puso en el sofá. Luego hizo lo mismo con el otro.
Después se sentó en el medio de ambos a atenderlos tal si fueran sus cachorros".
"Ella es así con todos nuestros animales, incluso con los conejos. Con su protección los conquista y los ayuda a sentirse integrados; a aceptar su nuevo entorno. Ha hecho lo mismo con cachorros de zorro y de tejón. Lame a los conejos y a las cobayas, a los gatos, e incluso permite que las aves se posen en el puente de su nariz". Así, delante de los ojos emocionados de la gente del Centro, Jasmine, aquella perra estigmatizada por el maltrato y el abandono, derivó en madre sustituta de los animales residentes; un papel para el que parece haber nacido.
Muchos animalitos jóvenes, que entraron tiritando de inseguridad, trayendo en las miradas el espejo de la desolación, se beneficiaron de su asistencia. La larga lista la conforman; cinco cachorros de zorro, cuatro de tejón, quince polluelos, ocho cerdos de Guinea, dos perritos callejeros, quince conejos, más algunos corzos y ciervos. Jasmine, con la amplitud de su cariño consigue, que las criaturas de diferentes especies no se maten entre ellas.
Merece destacarse la entrañable relación que mantienen Jasmine y Bramble, un diminuto cervatillo de once semanas de edad, encontrado semi-consciente en un campo. A su llegada, la perra lo arrimó a ella a fin de mantenerlo caliente, y persistió en su propósito jornadas tras jornadas, asumiendo plenamente la función de mamá. "Bramble y Jasmine son inseparables" -dice Geoff-. "Él se pasea entre las piernas de ella, y en todo momento se intercambian besos. Es un placer verlos caminar juntos por el Santuario".
Bramble seguirá al cuidado de Jasmine, hasta que la edad le amuralle el cuerpo y el instinto de supervivencia dirija sus pasos, facilitando así su devolución a la vida del bosque. Y cuando el instante los enfrente al alejamiento, la libertad burbujeará en la sangre de Bramble, y el ánimo de la perra se quedará flotando en el vacío de la ausencia. El cervatillo volverá junto a sus pares, y Jasmine buscará otro destinatario donde encausar su ternura.
De izquierda a derecha; Toby (un perro callejero), Bramble, Buster (un Jack Russell), un conejo, Cielo (un búho herido), y Jasmine, la "madre" de todos. Los próximos animales que arriben a “Nuneaton Warwickshire Wildlife Sanctuary”, allí la conocerán. Allí los estará esperando el amor de una perra que habita sobre la división de las especies. Porque el amor, siempre será un caudal con alas propias, que surca el espacio de los sentimientos con abrazo transparente.
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