Es aquella cualidad humana por la que la persona se determina  a elegir actuar siempre con base en la verdad y en la auténtica justicia (dando  a cada quien lo que le corresponde, incluida ella misma).  
Ser honesto es ser real, acorde con la evidencia que presenta  el mundo y sus diversos fenómenos y elementos; es ser genuino, auténtico,  objetivo. La honestidad expresa respeto por uno mismo y por los demás, que, como  nosotros, "son como son" y no existe razón alguna para esconderlo. Esta actitud  siembra confianza en uno mismo y en aquellos quienes están en contacto con la  persona honesta.  
La honestidad no consiste sólo en franqueza (capacidad de  decir la verdad) sino en asumir que la verdad es sólo una y que no depende de  personas o consensos sino de lo que el mundo real nos presenta como innegable e  imprescindible de reconocer.  
 Lo que no es la honestidad:  
 - No es la simple honradez que lleva a la persona a respetar  la distribución de los bienes materiales. La honradez es sólo una consecuencia  particular de ser honestos y justos.  
- No es el mero reconocimiento de las emociones "así me  siento" o "es lo que verdaderamente siento". Ser honesto, además implica el  análisis de qué tan reales (verdaderos) son nuestros sentimientos y decidirnos a  ordenarlos buscando el bien de los demás y el propio.  
- No es la desordenada apertura de la propia intimidad en  aras de "no esconder quien realmente somos", implicará la verdadera sinceridad,  con las personas adecuadas y en los momentos correctos.  
- No es la actitud cínica e impúdica por la que se habla de  cualquier cosa con cualquiera… la franqueza tiene como prioridad el  reconocimiento de la verdad y no el desorden.  
Hay que tomar la honestidad en serio, estar conscientes de  cómo nos afecta cualquier falta de honestidad por pequeña que sea… Hay que  reconocer que es una condición fundamental para las relaciones humanas, para la  amistad y la auténtica vida comunitaria. Ser deshonesto es ser falso, injusto,  impostado, ficticio. La deshonestidad no respeta a la persona en sí misma y  busca la sombra, el encubrimiento: es una disposición a vivir en la oscuridad.  La honestidad, en cambio, tiñe la vida de confianza, sinceridad y apertura, y  expresa la disposición de vivir a la luz, la luz de la verdad.  
 El valor que se construye por el esfuerzo de estar a tiempo  en el lugar adecuado.
El valor de la puntualidad es la disciplina de estar a tiempo  para cumplir nuestras obligaciones: una cita del trabajo, una reunión de amigos,  un compromiso de la oficina, un trabajo pendiente por entregar.  
El valor de la puntualidad es necesario para dotar a nuestra  personalidad de carácter, orden y eficacia, pues al vivir este valor en plenitud  estamos en condiciones de realizar más actividades, desempeñar mejor nuestro  trabajo, ser merecedores de confianza.
La falta de puntualidad habla por sí misma, de ahí se deduce  con facilidad la escasa o nula organización de nuestro tiempo, de planeación en  nuestras actividades, y por supuesto de una agenda, pero, ¿qué hay detrás de  todo esto?
Muchas veces la impuntualidad nace del interés que despierta  en nosotros una actividad, por ejemplo, es más atractivo para un joven charlar  con los amigos que llegar a tiempo a las clases; para otros es preferible hacer  una larga sobremesa y retrasar la llegada a la oficina. El resultado de vivir de  acuerdo a nuestros gustos, es la pérdida de formalidad en nuestro actuar y poco  a poco se reafirma el vicio de llegar tarde.  
En este mismo sentido podríamos añadir la importancia que  tiene para nosotros un evento, si tenemos una entrevista para solicitar empleo,  la reunión para cerrar un negocio o la cita con el director del centro de  estudios, hacemos hasta lo imposible para estar a tiempo; pero si es el amigo de  siempre, la reunión donde estarán personas que no frecuentamos y conocemos poco,  o la persona –según nosotros- representa poca importancia, hacemos lo posible  por no estar a tiempo, ¿qué mas da...?
Para ser puntual primeramente debemos ser conscientes que  toda persona, evento, reunión, actividad o cita tiene un grado particular de  importancia. Nuestra palabra debería ser el sinónimo de garantía para contar con  nuestra presencia en el momento preciso y necesario.
Otro factor que obstaculiza la vivencia de este valor, y es  poco visible, se da precisamente en nuestro interior: imaginamos, recordamos,  recreamos y supuestamente pensamos cosas diversas a la hora del baño, mientras  descansamos un poco en el sofá, cuando pasamos al supermercado a comprar "sólo  lo que hace falta", en el pequeño receso que nos damos en la oficina o entre  clases... pero en realidad el tiempo pasa tan de prisa, que cuando "despertamos"  y por equivocación observamos la hora, es poco lo que se puede hacer para  remediar el descuido.
Un aspecto importante de la puntualidad, es concentrarse en  la actividad que estamos realizando, procurando mantener nuestra atención para  no divagar y aprovechar mejor el tiempo. Para corregir esto, es de gran utilidad  programar la alarma de nuestro reloj o computadora (ordenador), pedirle a un  familiar o compañero que nos recuerde la hora (algunas veces para no ser molesto  y dependiente), etc., porque es necesario poner un remedio inmediato, de otra  forma, imposible.
Lo más grave de todo esto, es encontrar a personas que  sienten "distinguirse" por su impuntualidad, llegar tarde es una forma de llamar  la atención, ¿falta de seguridad y de carácter? Por otra parte algunos lo han  dicho: "si quieren, que me esperen", "para qué llegar a tiempo, si...", "no pasa  nada...", "es lo mismo siempre". Estas y otras actitudes son el reflejo del poco  respeto, ya no digamos aprecio, que sentimos por las personas, su tiempo y sus  actividades
Para la persona impuntual los pretextos y justificaciones  están agotados, nadie cree en ellos, ¿no es tiempo de hacer algo para cambiar  esta actitud? Por el contrario, cada vez que alguien se retrasa de forma  extraordinaria, llama la atención y es sujeto de toda credibilidad por su  responsabilidad, constancia y sinceridad, pues seguramente algún contratiempo  importante ocurrió..
Podemos pensar que el hacerse de una agenda y solicitar  ayuda, basta para corregir nuestra situación y por supuesto que nos facilita un  poco la vida, pero además de encontrar las causa que provocan nuestra  impuntualidad (los ya mencionados: interés, importancia, distracción), se  necesita voluntad para cortar a tiempo nuestras actividades, desde el descanso y  el trabajo, hasta la reunión de amigos, lo cual supone un esfuerzo extra  -sacrificio si se quiere llamar-, de otra manera poco a poco nos alejamos del  objetivo.
La cuestión no es decir "quiero ser puntual desde mañana", lo  cual sería retrasar una vez más algo, es hoy, en este momento y poniendo los  medios que hagan falta para lograrlo: agenda, recordatorios, alarmas...
Para crecer y hacer más firme este valor en tu vida, puedes  iniciar con estas sugerencias:
- Examínate y descubre las causas de tu impuntualidad:  pereza, desorden, irresponsabilidad, olvido, etc.
- Establece un medio adecuado para solucionar la causa  principal de tu problema (recordando que se necesita voluntad y sacrificio):  Reducir distracciones y descansos a lo largo del día; levantarse más temprano  para terminar tu arreglo personal con oportunidad; colocar el despertador más  lejos...
- Aunque sea algo tedioso, elabora por escrito tu horario y  plan de actividades del día siguiente. Si tienes muchas cosas que atender y te  sirve poco, hazlo para los siguientes siete días. En lo sucesivo será más fácil  incluir otros eventos y podrás calcular mejor tus posibilidades de cumplir con  todo. Recuerda que con voluntad y sacrificio, lograrás tu propósito.  
- Implementa un sistema de "alarmas" que te ayuden a tener  noción del tiempo (no necesariamente sonoras) y cámbialas con regularidad para  que no te acostumbres: usa el reloj en la otra mano; pide acompañar al compañero  que entra y sale a tiempo; utiliza notas adheribles...
- Establece de manera correcta tus prioridades y dales el  lugar adecuado, muy especialmente si tienes que hacer algo importante aunque no  te guste.
Vivir el valor de la puntualidad es una forma de hacerle a  los demás la vida más agradable, mejora nuestro orden y nos convierte en  personas digna de confianza.
La responsabilidad (o la  irresponsabilidad) es fácil de  detectar en la vida diaria, especialmente en su faceta negativa: la vemos en el  plomero que no hizo correctamente su trabajo, en el carpintero que no llegó a  pintar las puertas en el día que se había comprometido, en el joven que tiene  bajas calificaciones, en el arquitecto que no ha cumplido con el plan de  construcción para un nuevo proyecto, y en casos más graves en un funcionario  público que no ha hecho lo que prometió o que utiliza los recursos públicos para  sus propios intereses.
Sin embargo plantearse qué es la responsabilidad no es algo  tan sencillo. Un elemento indispensable dentro de la responsabilidad es el  cumplir un deber. La responsabilidad es una obligación, ya sea moral o incluso  legal de cumplir con lo que se ha comprometido.
La responsabilidad tiene un efecto directo en otro concepto  fundamental: la confianza. Confiamos en aquellas personas que son responsables.  Ponemos nuestra fe y lealtad en aquellos que de manera estable cumplen lo que  han prometido.
La responsabilidad es un signo de madurez, pues el cumplir  una obligación de cualquier tipo no es generalmente algo agradable, pues implica  esfuerzo. En el caso del plomero, tiene que tomarse la molestia de hacer bien su  trabajo. El carpintero tiene que dejar de hacer aquella ocupación o gusto para  ir a la casa de alguien a terminar un encargo laboral. La responsabilidad puede  parecer una carga, y el no cumplir con lo prometido origina consecuencias.
¿Por qué es un valor la responsabilidad? Porque gracias a  ella, podemos convivir pacíficamente en sociedad, ya sea en el plano familiar,  amistoso, profesional o personal.
Cuando alguien cae en la irresponsabilidad, fácilmente  podemos dejar de confiar en la persona. En el plano personal, aquel marido que  durante una convención decide pasarse un rato con una mujer que recién conoció y  la esposa se entera, la confianza quedará deshecha, porque el esposo no tuvo la  capacidad de cumplir su promesa de fidelidad. Y es que es fácil caer en la  tentación del capricho y del bienestar inmediato. El esposo puede preferir el  gozo inmediato de una conquista, y olvidarse de que a largo plazo, su matrimonio  es más importante.
El origen de la irresponsabilidad se da en la falta de  prioridades correctamente ordenadas. Por ejemplo, el carpintero no fue a pintar  la puerta porque llegó su "compadre" y decidieron tomarse unas cervezas en lugar  de ir a cumplir el compromiso de pintar una puerta. El carpintero tiene mal  ordenadas sus prioridades, pues tomarse una cerveza es algo sin importancia que  bien puede esperar, pero este hombre (y tal vez su familia), depende de su  trabajo.
La responsabilidad debe ser algo estable. Todos podemos  tolerar la irresponsabilidad de alguien ocasionalmente. Todos podemos caer  fácilmente alguna vez en la irresponsabilidad. Empero, no todos toleraremos la  irresponsabilidad de alguien durante mucho tiempo. La confianza en una persona  en cualquier tipo de relación (laboral, familiar o amistosa) es fundamental,  pues es una correspondencia de deberes. Es decir, yo cumplo porque la otra  persona cumple.
El costo de la irresponsabilidad es muy alto. Para el  carpintero significa perder el trabajo, para el marido que quiso pasarse un buen  rato puede ser la separación definitiva de su esposa, para el gobernante que usó  mal los recursos públicos puede ser la cárcel.
La responsabilidad es un valor, porque gracias a ella podemos  convivir en sociedad de una manera pacífica y equitativa. La responsabilidad en  su nivel más elemental es cumplir con lo que se ha comprometido, o la ley hará  que se cumpla. Pero hay una responsabilidad mucho más sutil (y difícil de  vivir), que es la del plano moral.
Si le prestamos a un amigo un libro y no lo devuelve, o si  una persona nos deja plantada esperándole, entonces perdemos la fe y la  confianza en ella. La pérdida de la confianza termina con las relaciones de  cualquier tipo: el chico que a pesar de sus múltiples promesas sigue obteniendo  malas notas en la escuela, el marido que ha prometido no volver a emborracharse,  el novio que sigue coqueteando con otras chicas o el amigo que suele dejarnos  plantados. Todas esta conductas terminarán, tarde o temprano y dependiendo de  nuestra propia tolerancia hacia la irresponsabilidad, con la relación.
Ser responsable es asumir las consecuencias de nuestra  acciones y decisiones. Ser responsable también es tratar de que todos nuestros  actos sean realizados de acuerdo con una noción de justicia y de cumplimiento  del deber en todos los sentidos.
Los valores son los cimientos de nuestra convivencia social y  personal. La responsabilidad es un valor, porque de ella depende la estabilidad  de nuestras relaciones. La responsabilidad vale, porque es difícil de alcanzar.
 ¿Qué podemos hacer para mejorar nuestra responsabilidad?
 El primer paso es percatarnos de que todo cuanto hagamos,  todo compromiso, tiene una consecuencia que depende de nosotros mismos. Nosotros  somos quienes decidimos.
El segundo paso es lograr de manera estable, habitual, que  nuestros actos correspondan a nuestras promesas. Si prometemos "hacer lo  correcto" y no lo hacemos, entonces no hay responsabilidad.
El tercer paso es educar a quienes están a nuestro alrededor  para que sean responsables. La actitud más sencilla es dejar pasar las cosas:  olvidarse del carpintero y conseguir otro, hacer yo mismo el trabajo de  plomería, despedir al empleado, romper la relación afectiva. Pero este camino  fácil tiene su propio nivel de responsabilidad, porque entonces nosotros mismos  estamos siendo irresponsables al tomar el camino más ligero. ¿Qué bien le hemos  hecho al carpintero al despedirlo? ¿Realmente romper con la relación era la  mejor solución? Incluso podría parecer que es "lo justo" y que estamos haciendo  "lo correcto". Sin embargo, hacer eso es caer en la irresponsabilidad de no  cumplir nuestro deber y ser iguales al carpintero, al gobernante que hizo mal  las cosas o al marido infiel. ¿Y cual es ese deber? La responsabilidad de  corregir.
El camino más difícil, pero que a la larga es el mejor, es el  educar al irresponsable. ¿No vino el carpintero? Entonces, a ir por él y hacer  lo que sea necesario para asegurarnos de que cumplirá el trabajo. ¿Y el plomero?  Hacer que repare sin costo el desperfecto que no arregló desde la primera vez.  ¿Y con la pareja infiel? Hacerle ver la importancia de lo que ha hecho, y todo  lo que depende de la relación. ¿Y con el gobernante que no hizo lo que debía?  Utilizar los medios de protesta que confiera la ley para que esa persona  responda por sus actos.
Vivir la responsabilidad no es algo cómodo, como tampoco lo  es el corregir a un irresponsable. Sin embargo, nuestro deber es asegurarnos de  que todos podemos convivir armónicamente y hacer lo que esté a nuestro alcance  para lograrlo.
¿Qué no es fácil? Si todos hiciéramos un pequeño esfuerzo en  vivir y corregir la responsabilidad, nuestra sociedad, nuestros países y nuestro  mundo serían diferentes.
Sí, es difícil, pero vale la pena
 
 

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